Una reserva de futuro
Diez años atrás, en el sitio conocido como Cinco Esquinas, en el centro de Quinindé, tomaba una ranchera que se dirigía a La Y de la Laguna. Llevaba conmigo una mochila de ropa, varios libros, una computadora y un proyector. Ingresaba por primera vez a la reserva ecológica Mache Chindul para evaluar los resultados de un taller de educación ambiental desarrollado con los maestros de escuelas vecinas de la reserva. Pocos días antes trabajaba en Galápagos, mas las vueltas de la vida me llevaron a Mache Chindul tras obtener financiamiento para un proyecto de educación ambiental. Esta luego se transformaría en una de las actividades más apasionantes de mi vida, al tiempo que intentaba cambiar las perspectivas de conservación en la zona.
Como parte del proyecto, debía visitar doce comunidades en la reserva ecológica; unas veces en mula, muchas más a pie, las botas enlodadas hasta lo alto de la caña. Estas andanzas me hacían reflexionar sobre el esfuerzo de la gente de la zona para movilizarse, especialmente en invierno, cuando el lodo llegaba hasta la panza del mular. La mayoría de maestras y maestros habían terminado su bachillerato, a excepción de Rosa Araujo, profesora de la comunidad de Mono, que debía caminar cada fin de semana ocho horas hasta el colegio a distancia en La Y para terminar su enseñanza media. La educación en el área distaba de ser idónea. Los niños y niñas desconocían la existencia de la reserva, su importancia y la alta biodiversidad que los rodeaba; tampoco lograban ubicar la región de su residencia en un mapa del Ecuador.
El proyecto empezó por proporcionar las primeras pizarras, mapas y material lúdico de las escuelas. Nuestras visitas a estas comunidades aisladas eran causa de regocijo para los estudiantes, profesores y padres de familia porque llevábamos actividades que intentaban hacer entretenido el aprendizaje. En el camino hacia las comunidades disfrutaba del sonido de las oropéndolas, loros, monos aulladores y otras especies del bosque húmedo tropical, interrumpido de vez en cuando por la voz de Amadito, un niño de la comunidad El Descanso que, enancado en su mula, alegraba las largas caminatas cantando las rancheras más conocidas de la zona.
El objetivo explícito de educación ambiental era dar a conocer la biodiversidad de la reserva Mache Chindul y la importancia de su conservación entre los habitantes de su área de influencia. Sin embargo, la prolongada convivencia con la gente del área me permitió conocer sus problemas familiares y comunitarios, llevándonos a ampliar las metas iniciales. Así, luego abordamos también temas como los derechos de los niños, salud, higiene, maltrato infantil, abuso sexual y mediación de conflictos. Parecía que nos habíamos desviado de la educación ambiental que queríamos trabajar, pero no; simplemente tomamos un camino diferente, más acorde quizá con los intereses de la población.
Tiempo después coincidí camino a la Mache Chindul con Jordan Karubian, investigador estadounidense, que llevaba dos años estudiando aves en peligro de extinción y las interacciones ecológicas entre estas y muchas especies de plantas. Jordan trabajaba con Luis Carrasco, biólogo quiteño, y dos miembros de la comunidad de Dógola, Jorge Olivo y Domingo Cabrera. Para aquel
entonces, Jorge realizaba el monitoreo del pájaro paraguas y Domingo estudiaba plantas, especialmente palmeras. Sus ideas y las mías se acoplaron con precisión. Ellos tenían presente la necesidad de difundir los resultados de sus investigaciones científicas y yo la importancia de continuar con las actividades de educación ambiental. Aunamos esfuerzos, buscamos recursos, ampliamos el número de comunidades implicadas y extendimos el tiempo de permanencia en la zona, donde seguimos trabajando hasta el día de hoy.
La especie emblema de nuestras actividades de conservación en Mache Chindul durante estos años ha sido el pájaro paraguas o pájaro toro ( Cephalopterus penduliger), llamado así porque su canto se asemeja a un distante mugido (ver ETI 72). El paraguas es una especie carismática, ideal para promover la conservación en áreas naturales, y también es bien conocido por los residentes locales. Es endémico de la ecorregión del Chocó, amenazado de extinción por la pérdida de su hábitat y la cacería, y fundamental para la regeneración y mantenimiento de los bosques por su capacidad de dispersar las semillas de varias especies forestales.
Tras doce años de estudiarlo en la estación biológica Bilsa, contigua a la Mache Chindul, hemos encontrado que la reserva es un bastión para la población mundial de esta especie por la extensión de bosque maduro continuo que todavía existe. Solo en nuestra zona de estudio registramos unos trescientos pájaros toro. Lo más interesante de esta especie es que emplea una estrategia de cortejo reproductivo sin igual. Los machos se congregan en sitios fijos durante todo el año y se dedican a cantar y bailar para las selectivas hembras. Estas los visitan con el fin de elegir al mejor danzarín, con el cual copulan (ver ETI 72). Solo en los alrededores de Bilsa hay unos doce de estos sitios de cortejo, conocidos con el nombre técnico de leks.
Las investigaciones se han extendido a otras aves amenazadas como el cuco hormiguero bandeado ( Neomorphus radiolosus) y la gallina de monte ( Aramides wolfi). Sobre ambas especies existía antes muy poca información. Nuestras metas han ido más allá de estudiar especies en particular. Así, hemos indagado en la dispersión de semillas de una palma muy importante en la zona, el chapil ( Oenocarpus bataua), y en la diversidad de aves y otros vertebrados en bosques con distintos grados de alteración. Fruto de
nuestras investigaciones y de otras que nos antecedieron, hoy sabemos que la reserva ecológica alberga alrededor de 400 especies de aves, casi 140 mamíferos, 40 reptiles y más de 50 anfibios. Mache Chindul protege principalmente bosque húmedo premontano donde las espigadas palmas son muy características. Por tratarse de una zona montañosa próxima al mar posee alta pluviosidad incluso en la época seca (julio a diciembre), aunque hacia el sur de la reserva el bosque se torna más seco y estacional, como aquel que caracteriza a gran parte de Manabí. Sorprenden además ciertos paisajes como la pintoresca laguna de Cube, donde viven varias aves acuáticas e incluso caimanes. Algunas especies representativas que se pueden observar en Mache Chindul son el mono aullador, mono machín, guatusa, guanta, puma, cabeza de mate, saíno, yaguarundi, tigrillo, tijeretas, tucanes, trogones, pavas de monte, búho de anteojos y ranitas diablo.
La reserva cubre 119 mil hectáreas de la cordillera de Mache, ubicada en el norte de Manabí y sur de Esmeraldas, hasta las postrimerías de Cojimíes y Pedernales, Súa, Tonchigüe, Carlos Concha, Quinindé y Chamanga. El agua de consumo y agricultura de la que se sirven estas poblaciones proviene, en gran proporción, de las montañas de Mache. En la reserva viven comunidades Chachi, negras y mestizas –que han migrado en su mayoría de otras regiones de Manabí. En general, sus habitantes viven de la agricultura, aunque la cacería y pesca también forman parte de sus actividades. Algunos de ellos se han volcado al turismo ambiental, en especial en torno a la mencionada laguna, algunos ríos, cascadas, cuevas y sus propias fincas.
La eminente construcción de una carretera que atravesaría la reserva es un tema que preocupa. Pese a ser un área protegida nacional, Mache Chindul posee fragmentos aislados de bosque que varían en tamaño desde dos hasta doscientas hectáreas. La tenencia de la tierra es también conflictiva. La mayor parte de los fragmentos están en propiedades privadas, sujetas a deforestación o degradación. Según hemos presenciado en el curso de los años, estos fragmentos se están perdiendo a un ritmo acelerado; unos cuantos de ellos se han talado en la última década para la explotación de la madera. Es casi seguro que la construcción de dicha carretera provocaría mayor extracción maderera y colonización.
Con este tema en mente, “los bilseños” – como nos llaman en las comunidades– nos dimos a la tarea de investigar la biodiversidad de estos fragmentos de bosque. Entre junio y diciembre del año que terminó estudiamos veinte bosques en tierras de cinco comunidades dentro y alrededor de la Mache Chindul. En cada fragmento evaluamos las poblaciones de aves, anfibios, abejas polinizadoras de orquídeas, es-
carabajos y microbios del suelo, e investigamos la dispersión de semillas de chapil. Como era de esperar, encontramos que los fragmentos más grandes y cercanos al bosque continuo son más importantes para las especies amenazadas que viven en el área. El equipo de investigación estuvo integrado por científicos nacionales e internacionales, estudiantes universitarios y residentes del área, y la información que generamos se ha compartido con vecinos de cada sitio de estudio con el fin de resaltar la importancia de preservar y extender estos fragmentos a futuro. Paralelamente, estamos iniciando un proyecto de reforestación que se extenderá hasta mediados de 2015, y apoyamos emprendimientos de turismo rural y comunitario que procuran un manejo sostenible en la zona.
Los años de recorrer Mache Chindul y sus alrededores han dado sus frutos. Hoy trabajamos con 33 maestros, 805 niños y 600 adultos de veinte comunidades. Se evidencian cambios en el manejo de suelo y agua, como una menor quema de rastrojos, limitado uso de pesticidas en los cultivos y de barbasco para la pesca. Existe además un mejor manejo de residuos sólidos. Tras años de conversar sobre la contaminación que genera la basura doméstica, las familias locales empezaron a tratarla de modo más adecuado, empezando por la recolección en sus propias fincas, de donde han salido sacos y más sacos de latas, fundas plásticas, frascos, botellas y más. El trabajo con los niños también ha sido fructífero, como recordaba en una ocasión la profesora de la comunidad de Herrera, Enma Moreno. Contaba la maestra que los niños se opusieron, a través de una huelga, cuando pretendieron cortar un árbol que habían sembrado dentro de la escuela.
En diciembre de los últimos tres años se ha realizado una feria ambiental en La Y que se prepara con tres meses de antelación. Ese día es como una fiesta en la que participan niños, jóvenes y adultos. Hay concursos de reciclaje, artesanías, platos típicos, dibujo y poesía, todos con temática ambiental. Cada comunidad tiene un puesto en la feria, donde muestran sus trabajos manuales con lo que antes se desechaba en quebradas, esteros y a la vera del camino. Hay llantas convertidas en mesas forradas de fibra de guineo, botas transformadas en maceteros, vestidos confeccionados con sarán o con plástico; lámparas hechas con viejos CD, botellas que ahora son cortinas o lámparas. Al tiempo que se aporta al cuidado ambiental de la reserva, la gente crea y se recrea, aprende y comparte, mejora su calidad de vida y eleva su autoestima.
El trabajo conjunto con las comunidades de la reserva ecológica a través de talleres, caminatas, ferias ambientales, congresos y simposios, ha sido satisfactorio. Aunque los retos de conservación en la Mache Chindul son enormes, vemos con optimismo el interés de sus propios residentes por convivir con las áreas naturales que los rodean. Este optimismo alcanza para quedarme en la Mache Chindul otros diez años