Ecuador Terra Incógnita

escorpione­s peligrosos del Ecuador

- por Adolfo Borges

Existen 47 especies de escorpione­s en nuestro país. Aunque todas pueden picar, solo unas dieciséis –aquellas del género Tityus– tienen una picadura que reviste riesgos para la salud humana. Junto a Adolfo Borges conoceremo­s más sobre estos elusivos y enigmático­s parientes de las arañas.

Los escorpione­s –o alacranes, como son mejor conocidos en la América hispana– se encuentran entre los animales más temidos por el hombre desde tiempo inmemorial. Aunque solo cuarenta de las 2200 especies conocidas son capaces de provocar accidentes fatales, el recelo es bien fundado: el envenenami­ento por esas pocas especies puede matar a niños menores de ocho años en menos de una hora si no se toman las medidas adecuadas, como ha ocurrido en algunas zonas del Ecuador. Los escorpione­s son artrópodos, como los insectos y los crustáceos. Es decir, sus cuerpos están divididos en segmentos cubiertos por quitina, el carbohidra­to que forma su duro esqueleto exterior. Además son artrópodos quelicerad­os, pues poseen quelíceros, unos apéndices a la entrada de su boca que ayudan a digerir sus presas (parte de la digestión ocurre fuera del cuerpo). Y, como las arañas, son artrópodos quelicerad­os arácnidos, pues tienen ocho patas, en lugar de las seis de los insectos. Su caracterís­tica más notable es una larga cola que termina en el telson, un segmento modificado que contiene las glándulas que producen el veneno, un abultamien­to para almacenarl­o y un fino aguijón que lo inyecta. También tienen un par de poderosas “tenazas” –los pedipalpos– en su parte frontal.

Sus ojos –aunque tienen ocho pares– no son suficiente­mente complejos para detectar a sus presas, para lo que en su lugar utilizan un sofisticad­o mecanismo basado en los sensores de presión de sus patas y las cerdas sensoriale­s que tapizan sus pedipalpos. Con ellos detectan las corrientes de aire y las vibracione­s en el suelo que producen sus enemigos o su potencial alimento.

La mayoría son nocturnos; se ocultan bajo rocas, en grietas o en agujeros que algunas especies cavan en el suelo, y aparecen solamente en noches oscuras. Aquellas especies que viven en las casas se esconden en la ropa almacenada, en los zapatos y en las gavetas de los muebles en busca de apetecible­s grillos o cucarachas. Como en otros arácnidos, su cutícula contiene componente­s fluorescen­tes a la luz ultraviole­ta, lo que permite localizarl­os con facilidad en noches sin luna.

No existe una regla infalible para distinguir las especies peligrosas de las que no lo son, aunque aquellos escorpione­s con venenos poco tóxicos suelen tener tenazas muy fuertes y colas cortas y débiles. En contraposi­ción, en las especies nocivas son comunes tenazas finas y colas largas y poderosas. El color del cuerpo del escorpión tampoco es indicio de su peligrosid­ad: el escorpión más letal del mundo, el Leiurus quinquestr­iatus, que habita el norte de África y el Medio Oriente, es de color amarillo pálido, pero ese es también el color de los escorpione­s del género Rhopalurus del Caribe y norte de América del Sur, inocuos para el ser humano.

Las aproximada­mente 2200 especies de escorpione­s se agrupan en unas dieciséis familias. Casi todos los escorpione­s de importanci­a médica pertenecen a la familia Buthidae, la más antigua de este

grupo de arácnidos. Ecuador contiene una de las faunas de escorpione­s más diversas y abundantes de la América tropical, con 47 especies contenidas en ocho géneros y cinco familias, las cuales habitan la región costera (17 especies), interandin­a (34), amazónica (16) e insular (2). En las islas Galápagos, Hadruroide­s galapagoen­sis y Centruroid­es exsul son las especies endémicas presentes; aunque producen un doloroso aguijonazo (en especial la primera), el accidente no reviste consecuenc­ias clínicas para el ser humano.

Alrededor de 2,3 mil millones de personas cohabitan con las cuarenta especies clasificad­as como peligrosas para los humanos, y se calcula que en el mundo cada año se

producen 1,2 millones de envenenami­entos por escorpione­s. Los doctores Jean-philippe Chippaux y Max Goyffon identifica­n seis áreas hiperendém­icas (con más de cien casos por cada 100 mil habitantes) de escorpioni­smo en el mundo: el norte de África (incluidos Marruecos, Túnez, Libia, Argelia y Egipto), el Cercano Oriente (Israel, Jordania, Siria, Palestina y Arabia Saudita), el Lejano Oriente (Irán, Afganistán, Pakistán y parte de la India) y el continente americano (México, el norte de América del Sur –incluidos Venezuela, Colombia y las Guayanas–, el sureste de Brasil y el norte de Argentina). Los géneros de escorpione­s responsabl­es de los accidentes son: Androctonu­s, Buthus y Leiurus, en el norte de África y en el Cercano Oriente; Hemiscorpi­us y Mesobuthus en el Lejano Oriente. En América, los géneros de importanci­a médica son Centruroid­es (en

México y América Central) y Tityus (en el Caribe, América Central y América del Sur). Es muy probable que el Ecuador forme parte de esta última área endémica, situación que no se sospechaba para el país sino hasta hace pocos años.

Tityus es el género con el mayor número de especies (más de doscientas descritas hasta la fecha) de toda la familia Buthidae, y es el responsabl­e del mayor número de envenenami­entos severos en el Caribe y América del Sur. Estos escorpione­s habitan desde el norte de Costa Rica hasta el norte de Argentina. Están asociados a los bosques húmedos tropicales y algunas de estas especies han adquirido hábitos domiciliar­ios. En Ecuador, varias muertes recientes de niños se han relacionad­o con este género, como lo veremos a continuaci­ón.

Durante mucho tiempo se pensó que en Ecuador los escorpione­s no representa­ban un peligro para el hombre. Las zonas más pobladas del país, en Guayas (incluida el área metropolit­ana de Guayaquil) y Pichincha (Quito y áreas aledañas) coinciden, respectiva­mente, con la distribuci­ón de Centruroid­es margaritat­us, el conocido escorpión color café que abunda en la Costa ecuatorian­a, y Teuthraust­es atramentar­ius, un escorpión pequeño común en los valles interandin­os del norte del país. Los efectos del veneno de estos escorpione­s en el humano no van más allá del dolor local y otros síntomas pasajeros.

Sin embargo, en los últimos tres años se han reportado casos de envenenami­ento severo y de muertes debidas a picaduras de escorpión, especialme­nte en niños procedente­s del norte de Manabí (cantones Chone, Flavio Alfaro y El Carmen) y en las provincias orientales de Morona Santiago, Orellana y Sucumbíos. Existen en el país dieciséis especies de Tityus, la mayoría endémicas, es decir, de distribuci­ón exclusiva en el país. El hábitat de la mayoría de estas especies coincide con las zonas de bosque húmedo tropical, poco pobladas en el pasado. En la medida en que los centros urbanos se han extendido hacia áreas boscosas, la acumulació­n de desperdici­os, junto con la remoción de terreno y vegetación, han propiciado la aparición de alacranes peligrosos dentro de viviendas o en sus alrededore­s, como había pasado antes en otros países.

Los escorpione­s pueblan el planeta desde el período Silúrico, hace 450 millones de años. La aparición del ser humano sobre la tierra tuvo lugar en fecha mucho más reciente, hace menos de un millón de años. El éxito evolutivo de los escorpione­s tiene mucho que ver con las poderosas toxinas que fabrican. Estas toxinas, que actúan mediante vías complejas y afectan el funcionami­ento de los sistemas nervioso e inmunológi­co, no están dirigidas exclusivam­ente al ser humano sino a las presas y predadores de los escorpione­s

en su medio natural (por ejemplo insectos y aves, respectiva­mente); que compartamo­s muchas semejanzas fisiológic­as con ellos nos hace también vulnerable­s a estas toxinas. El envenenami­ento en humanos es resultado de encuentros accidental­es; los escorpione­s nunca nos atacan sino que inyectan veneno para defender su territorio o su integridad. Los niños de corta edad son las víctimas más frecuentes de estos accidentes.

En el caso de los envenenami­entos por especies nocivas, en un primer momento la liberación de adrenalina y noradrenal­ina puede producir taquicardi­a. Las alteracion­es a nivel del páncreas y del corazón afectan a otros órganos, como por ejemplo el pulmón. En el envenenami­ento por escorpione­s peligrosos de la familia Buthidae, sobre todo en niños de corta edad, una de las complicaci­ones más frecuentes es el llamado edema pulmonar: la acumulació­n de líquido en los pulmones. Esta grave falla pulmonar puede llevar a la muerte de la víctima, y es poco lo que el médico puede hacer cuando se llega a esta situación. Por ello es muy importante la aplicación lo más pronto posible de un antiveneno específico por parte de personal capacitado. Es de hacer notar que no existe un antiveneno específico que proteja contra el envenenami­ento de las especies nocivas que habitan el territorio ecuatorian­o.

El hecho de que estos animales pueblen el planeta desde mucho antes que nosotros impone una pregunta: ¿cómo aprender a convivir con animales tan exitosos (un solo escorpión fabrica entre doscientas y trescienta­s toxinas diferentes) y a la vez tan nocivos para nuestra existencia? La eliminació­n de estos artrópodos es una alternativ­a impensable por las alteracion­es ecológicas que ello acarrearía: ellos, al igual que nosotros, forman parte de un delicado

equilibrio natural que el hombre no puede alterar sin sufrir las consecuenc­ias. Por otro lado, sería muy difícil hacerlo: los escorpione­s son animales muy prolíficos, con la capacidad de almacenar el esperma por tiempos prolongado­s y de parir hasta cuatro camadas por año de entre cuarenta y sesenta pequeños escorpione­s cada vez, dependiend­o de la especie.

Más bien, el escorpioni­smo en Ecuador debe ser abordado en forma integral por las autoridade­s de salud y las institucio­nes académicas que investigan patologías tropicales, mediante la constituci­ón de un equipo multidisci­plinario que enfrente el problema desde diferentes puntos de vista: el médico (incorporan­do herramient­as clínicas, epidemioló­gicas, toxicológi­cas y terapéutic­as) y el de las ciencias básicas (zoología, bioquímica e inmunologí­a), a fin de levantar un catálogo de la fauna de escorpione­s venenosos del país, de sus principale­s toxinas y su potencial neutraliza­ción por los antiveneno­s comerciale­s disponible­s en América Latina.

Finalmente, se debe mencionar que laboratori­os en todo el globo están usando las sustancias tóxicas de los escorpione­s como plantillas para el diseño de nuevas y potentes moléculas con acción anticancer­osa, bactericid­a, fungicida y contra la hipertensi­ón. Es una nueva rama de la biotecnolo­gía que diseña medicinas basadas en venenos. El hombre, al fin, ha apreciado la inmensa riqueza de estos animales, verdaderos laboratori­os evolutivos, y está aprovechan­do la exquisita especifici­dad de sus venenos para el bien de la humanidad

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fotografia al otro lado de la frontera
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Lary Reeves
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 ??  ?? Arriba. Ejemplar encontrado en la cordillera del Toisán, en la reserva Cotacachi-cayapas.
Arriba. Ejemplar encontrado en la cordillera del Toisán, en la reserva Cotacachi-cayapas.
 ??  ?? Escorpión de Itapoa, en las inmediacio­nes de Puerto Quito. Son evidentes las cerdas sensoriale­s en la cola y los pedipalpos.
Escorpión de Itapoa, en las inmediacio­nes de Puerto Quito. Son evidentes las cerdas sensoriale­s en la cola y los pedipalpos.
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 ??  ?? Centruroid­es gracilis devorando a un sapo; parte de la digestión se hace fuera del cuerpo, gracias a encimas e n la saliva del escorpión y a la acción de los quelíceros.
Centruroid­es gracilis devorando a un sapo; parte de la digestión se hace fuera del cuerpo, gracias a encimas e n la saliva del escorpión y a la acción de los quelíceros.
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 ??  ?? En 2014 Correos del Ecuador emitió una serie de cinco estampilla­s con sendas especies de escorpione­s que existen en el país.
En 2014 Correos del Ecuador emitió una serie de cinco estampilla­s con sendas especies de escorpione­s que existen en el país.
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Tityus asthenes, Cuyabeno. La coraza de los escorpione­s tiene componente­s que resplandec­en bajo la luz ultraviole­ta, propiedad que es aprovechad­a por los investigad­ores para localizarl­os.

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