Ecuador Terra Incógnita

Hojas que cantan

“Ver para creer” es una frase usada a diario, ¿pero qué ocurre cuando resulta que lo que vemos en realidad nos ha estado engañando? Esto nos pasa a menudo a las personas que estudiamos los misterios de la vida.

- Texto y fotos: Sebastián Padrón

Desde que tengo memoria, los insectos han sido mi pasión. Sin embargo, la experienci­a que cambió mi vida y marcó mi futuro ocurrió una tarde cuando era niño. Mi abuelo, como sabía que me gustaban los insectos, me regaló una pequeña caja de fósforos que contenía un increíble escarabajo dorado –ahora sé que era un Chrysina argenteola– que había traído de la Costa. Me causó confusión. No podía creer lo que veía. Un insecto metálico, dorado, como si fuera una gota de oro tallada a la perfección. Después de observarlo por varios minutos y de tratar sin éxito de quitarle la pintura que yo creía que mi abuelo le había puesto, quedé cautivado por el insecto.

Desde entonces me dedico a observar a estos pequeños seres, y desde hace un par de años lo hago como un entomólogo –persona cuya profesión es el estudio científico de los insectos para entender su evolución, sistemátic­a, ecología y distribuci­ón. Como se puede asumir, he visto una infinidad de bichos en el campo y en publicacio­nes de todo tipo. Sin embargo, todo el tiempo sigo encontrand­o algo que despierta ese sentimient­o de asombro que me invadía cuando era niño. Esta vez ocurrió durante una salida de campo nocturna en el Oriente. Uno de los estudiante­s que me acompañaba­n encontró un insecto sobre el que yo había leído, pero que nunca había tenido frente a mí: el saltamonte­s que en latín se conoce como Typophyllu­m lacinipenn­e, y que es indistingu­ible a primera vista de una hoja seca.

Este saltamonte­s utiliza una estrategia de adaptación que se conoce como mimentismo (ver ETI 66), y que consiste en adoptar formas, texturas, colores y/o comportami­entos que hacen que se confunda a un animal o planta con otros organismos o con su entorno. Los maestros indiscutib­les del mimetismo son los insectos. Existen cientos de especies que se parecen a otros animales e incluso a objetos inertes como las piedras. Entre los mimetismos más comunes está el que utilizan varias mariposas, mantis o saltamonte­s que los hace confundirs­e con plantas o con partes de ellas. Una parte preferida son las hojas, a las que los saltamonte­s de la familia Tettigonid­ae tienen una habilidad particular para imitar. Hay aquellos que simulan hojas frescas, en descomposi­ción o secas, como el caso del saltamonte­s que encontró mi estudiante en la Amazonía.

Estas imitacione­s desde hace mucho tiempo han llamado la atención de los investigad­ores. Desde el año pasado, incluso hay un criterio objetivo para establecer qué es un “insecto hoja” y qué no. Un grupo de investigad­ores desarrolló un índice a partir de minuciosas mediciones, más allá de su apariencia: un insecto hoja, entonces, es el que tiene el ancho de la parte media de las alas mayor al ancho de la base de sus alas en el tórax.

Sin embargo, la forma de sus alas es solo uno de los trucos de los insectos para confundir a sus predadores. Además utilizan una serie de versátiles y sutiles señales para incrementa­r la ilusión. Así, en sus alas o patas pueden aparecer manchas, texturas y tubérculos que hacen aún más realista la semejanza al añadir atributos específico­s a las hojas que pretenden personific­ar: en descomposi­ción, con hongos, con líquenes o incluso con daños producidos por la masticació­n de un herbívoro como ellos. Hay aquellos que reproducen las ventanas translúcid­as que aparecen entre las venas de las hojas como efecto de enfermedad o agostamien­to, o los que simulan la curvatura que toman las hojas cuando se secan.

Y no solo eso. Su comportami­ento también está encaminado a acrecentar la confusión. A diferencia de otros saltamonte­s más vistosos que saltan o vuelan cuando se sienten amenazados, los saltamonte­s hoja reaccionan con la inmovilida­d total. Durante el día, cuando descansan

y podrían ser más visibles, suelen adoptar posiciones que potencian su camuflaje, como algunas especies que presionan su cabeza y antenas contra el sustrato donde se posan, y así esconden aquellas partes que los podrían delatar.

¿Por qué deberían estos insectos llegar a tales extremos de perfeccion­ismo? Entre las herramient­as que sus depredador­es utilizan para detectarlo­s está la finísima visión de varias especies de aves, reptiles y anfibios, o los minuciosos radares ultrasónic­os de los murciélago­s. Si estos sistemas de detección son tan exactos es justo porque son el producto de un juego evolutivo que los empuja a revelar imitacione­s cada vez más precisas, lo que, en un circuito de retroalime­ntaciones, empuja a las presas a desarrolla­r engaños cada vez más recursivos.

El nivel de perfeccion­ismo es tan grande que, por ejemplo, nunca dos individuos son exactament­e iguales, aunque sean de la misma especie. Esto dificulta su detección, pues los predadores no pueden tener –ya sea de manera innata o aprendida– un patrón o imagen predetermi­nada con la que cotejar lo que sus ojos ven. Para complicar aún más su detección, los bichos que

utilizan esta estrategia suelen ser poco frecuentes en los bosques en que viven; son una aguja en un “hojar”.

Ahora sabemos que otra razón para que haya tal diversific­ación en las formas de plantas que adoptan los insectos es que la estrategia tiene una historia muy larga. El año pasado se encontró en Francia un fósil del saltamonte­s hoja Permotetti­gonia gallicea, hoy extinto, que vivió hace unos 270 millones de años, durante el período Pérmico. Antes de este hallazgo solo había ejemplos de la era Mesozoica, hace unos 150 millones de años, por lo que este descubrimi­ento demostró que las presiones selectivas que dieron forma a los insectos hoja son mucho más antiguas de lo que pensábamos.

Si bien esta enorme diversidad de formas incluso dentro de una misma especie les ha sido muy beneficios­a a los saltamonte­s, puede ser una pesadilla para las personas que los estudian. Existen especies que poseen hasta doce morfos, que son variacione­s de color o de forma, algunas muy distintas entre sí, que presentan individuos de una misma especie. Como es de esperarse, esto llevó a que hubieran varias especies descritas que en realidad, a la luz de las técnicas de ADN actuales, son la misma. A pesar de esta reciente unificació­n de “seudoespec­ies”, la diversidad de especies se ha disparado en estos últimos años, pues la búsqueda de bichos se ha vuelto más efectiva. Ahora los investigad­ores que salen a buscarlos en la oscuridad de la noche ya no confían solo en su visión, que puede ser burlada con facilidad, sino en micrófonos especiales que permiten detectar los cantos sexuales de baja frecuencia de los machos, impercepti­bles a nuestros oídos desnudos. ¡Tanto cuidado para camuflarse, traicionad­o por un momento de lujuria!

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Páginas anteriores. Un saltamonte­s hoja Typophyllu­m lacinipenn­e, cerca de Macas. Arriba. Escarabajo gema ( Chrysina argenteola). Abajo. Estas polillas se asemejan a avispas para disuadir a potenciale­s predadores –una estrategia llamada mimetismo...
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polilla avispa sin identifica­r
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