Hojas que cantan
“Ver para creer” es una frase usada a diario, ¿pero qué ocurre cuando resulta que lo que vemos en realidad nos ha estado engañando? Esto nos pasa a menudo a las personas que estudiamos los misterios de la vida.
Desde que tengo memoria, los insectos han sido mi pasión. Sin embargo, la experiencia que cambió mi vida y marcó mi futuro ocurrió una tarde cuando era niño. Mi abuelo, como sabía que me gustaban los insectos, me regaló una pequeña caja de fósforos que contenía un increíble escarabajo dorado –ahora sé que era un Chrysina argenteola– que había traído de la Costa. Me causó confusión. No podía creer lo que veía. Un insecto metálico, dorado, como si fuera una gota de oro tallada a la perfección. Después de observarlo por varios minutos y de tratar sin éxito de quitarle la pintura que yo creía que mi abuelo le había puesto, quedé cautivado por el insecto.
Desde entonces me dedico a observar a estos pequeños seres, y desde hace un par de años lo hago como un entomólogo –persona cuya profesión es el estudio científico de los insectos para entender su evolución, sistemática, ecología y distribución. Como se puede asumir, he visto una infinidad de bichos en el campo y en publicaciones de todo tipo. Sin embargo, todo el tiempo sigo encontrando algo que despierta ese sentimiento de asombro que me invadía cuando era niño. Esta vez ocurrió durante una salida de campo nocturna en el Oriente. Uno de los estudiantes que me acompañaban encontró un insecto sobre el que yo había leído, pero que nunca había tenido frente a mí: el saltamontes que en latín se conoce como Typophyllum lacinipenne, y que es indistinguible a primera vista de una hoja seca.
Este saltamontes utiliza una estrategia de adaptación que se conoce como mimentismo (ver ETI 66), y que consiste en adoptar formas, texturas, colores y/o comportamientos que hacen que se confunda a un animal o planta con otros organismos o con su entorno. Los maestros indiscutibles del mimetismo son los insectos. Existen cientos de especies que se parecen a otros animales e incluso a objetos inertes como las piedras. Entre los mimetismos más comunes está el que utilizan varias mariposas, mantis o saltamontes que los hace confundirse con plantas o con partes de ellas. Una parte preferida son las hojas, a las que los saltamontes de la familia Tettigonidae tienen una habilidad particular para imitar. Hay aquellos que simulan hojas frescas, en descomposición o secas, como el caso del saltamontes que encontró mi estudiante en la Amazonía.
Estas imitaciones desde hace mucho tiempo han llamado la atención de los investigadores. Desde el año pasado, incluso hay un criterio objetivo para establecer qué es un “insecto hoja” y qué no. Un grupo de investigadores desarrolló un índice a partir de minuciosas mediciones, más allá de su apariencia: un insecto hoja, entonces, es el que tiene el ancho de la parte media de las alas mayor al ancho de la base de sus alas en el tórax.
Sin embargo, la forma de sus alas es solo uno de los trucos de los insectos para confundir a sus predadores. Además utilizan una serie de versátiles y sutiles señales para incrementar la ilusión. Así, en sus alas o patas pueden aparecer manchas, texturas y tubérculos que hacen aún más realista la semejanza al añadir atributos específicos a las hojas que pretenden personificar: en descomposición, con hongos, con líquenes o incluso con daños producidos por la masticación de un herbívoro como ellos. Hay aquellos que reproducen las ventanas translúcidas que aparecen entre las venas de las hojas como efecto de enfermedad o agostamiento, o los que simulan la curvatura que toman las hojas cuando se secan.
Y no solo eso. Su comportamiento también está encaminado a acrecentar la confusión. A diferencia de otros saltamontes más vistosos que saltan o vuelan cuando se sienten amenazados, los saltamontes hoja reaccionan con la inmovilidad total. Durante el día, cuando descansan
y podrían ser más visibles, suelen adoptar posiciones que potencian su camuflaje, como algunas especies que presionan su cabeza y antenas contra el sustrato donde se posan, y así esconden aquellas partes que los podrían delatar.
¿Por qué deberían estos insectos llegar a tales extremos de perfeccionismo? Entre las herramientas que sus depredadores utilizan para detectarlos está la finísima visión de varias especies de aves, reptiles y anfibios, o los minuciosos radares ultrasónicos de los murciélagos. Si estos sistemas de detección son tan exactos es justo porque son el producto de un juego evolutivo que los empuja a revelar imitaciones cada vez más precisas, lo que, en un circuito de retroalimentaciones, empuja a las presas a desarrollar engaños cada vez más recursivos.
El nivel de perfeccionismo es tan grande que, por ejemplo, nunca dos individuos son exactamente iguales, aunque sean de la misma especie. Esto dificulta su detección, pues los predadores no pueden tener –ya sea de manera innata o aprendida– un patrón o imagen predeterminada con la que cotejar lo que sus ojos ven. Para complicar aún más su detección, los bichos que
utilizan esta estrategia suelen ser poco frecuentes en los bosques en que viven; son una aguja en un “hojar”.
Ahora sabemos que otra razón para que haya tal diversificación en las formas de plantas que adoptan los insectos es que la estrategia tiene una historia muy larga. El año pasado se encontró en Francia un fósil del saltamontes hoja Permotettigonia gallicea, hoy extinto, que vivió hace unos 270 millones de años, durante el período Pérmico. Antes de este hallazgo solo había ejemplos de la era Mesozoica, hace unos 150 millones de años, por lo que este descubrimiento demostró que las presiones selectivas que dieron forma a los insectos hoja son mucho más antiguas de lo que pensábamos.
Si bien esta enorme diversidad de formas incluso dentro de una misma especie les ha sido muy beneficiosa a los saltamontes, puede ser una pesadilla para las personas que los estudian. Existen especies que poseen hasta doce morfos, que son variaciones de color o de forma, algunas muy distintas entre sí, que presentan individuos de una misma especie. Como es de esperarse, esto llevó a que hubieran varias especies descritas que en realidad, a la luz de las técnicas de ADN actuales, son la misma. A pesar de esta reciente unificación de “seudoespecies”, la diversidad de especies se ha disparado en estos últimos años, pues la búsqueda de bichos se ha vuelto más efectiva. Ahora los investigadores que salen a buscarlos en la oscuridad de la noche ya no confían solo en su visión, que puede ser burlada con facilidad, sino en micrófonos especiales que permiten detectar los cantos sexuales de baja frecuencia de los machos, imperceptibles a nuestros oídos desnudos. ¡Tanto cuidado para camuflarse, traicionado por un momento de lujuria!