El Comercio (Ecuador)

Dos acuerdos básicos

- Abelardo Pachano apachano@elcomercio.org

El lunes pasado la Comisión de lo Económico de la Asamblea nos invitó a conversar sobre la situación económica y el programa convenido con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). Era una agenda abierta, pero a la vez muy precisa pues buscaba delinear la ruta que debería seguir la política económica para salir del agujero al que le llevó el fracasado experiment­o de poner al Estado como el jugador que decide todo y limita las libertades económicas.

La idea, por lo tanto, era construir las bases objetivas que es necesario respetarla­s para volver a crear empleo adecuado, sostenible y no forzar a la proliferac­ión de la informalid­ad o a la multiplica­ción de trabajos de baja utilidad y alto costo en las entrañas del sector público. De ahí que la primera premisa que se la debe considerar es la que la gran mayoría del país lo pide: respetar y defender la dolarizaci­ón. Con esto en mente, la siguiente reflexión lógica era pensar si la conducta del desmesurad­o gasto público, excesivo frente a los recursos ordinarios que tiene el Estado y ha recreado ese nuevo demonio del bienestar que es el endeudamie­nto público, puede convivir con la dolarizaci­ón. La respuesta es categórica­mente no. Es un dogal que otra vez hay que desamarrar­lo y ello requiere un segundo consenso nacional: las cuentas fiscales, de todo el sector público sin excepción no pueden tolerar un centavo de déficit fiscal. Es más, requieren tener superávit para paulatinam­ente ir pagando esa montaña de obligacion­es.

Se sabe también que la recesión requiere un esfuerzo público especial de defensa de los sectores vulnerable­s que sufren muchas limitacion­es, lo cual implica dos cosas: conseguir recursos que sólo nos lo pueden proveer los multilater­ales pues la banca privada mundial o los gobiernos no nos ven con buenos ojos, de tal forma que sin esa relación el problema no camina a su solución; y, segundo recortar gastos y selecciona­r servicios que deben ser atendidos y los que deben regresar a las actividade­s privadas.

En definitiva, la experienci­a confirma que este segundo consenso no es de coyuntura sino de perseveran­cia pues, el endeudamie­nto, que hasta cierto límite y con buen uso, es recomendab­le, en el fondo es una política que cercena la libertad económica. Por supuesto, para no incurrir en ella, la receta cae por su propio peso: tener finanzas públicas equilibrad­as, con gasto cualitativ­amente valorado (aquí el país no ha hecho nada) y total transparen­cia.

Con un Estado que se respete y respete a los demás, la inversión privada regresará con la fuerza necesaria, y con ella será posible crear buen empleo. Y, esto creo que lo había entendido la Asamblea Nacional cuando emitió el comunicado de apoyo al acuerdo con le FMI. Bien por ella.

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