El Comercio (Ecuador)

El futuro

- Ernesto albán Gómez Columnista invitado

Tenemos cinco nietos, entre diez y dieciocho años de edad. En medio de mil precaucion­es y temores, nos reunimos en Navidad y Año Nuevo. Nos hicieron rejuvenece­r. Son jóvenes que miran el futuro con optimismo, que alimentan esperanzas, que reflexiona­n, que imaginan y cultivan proyectos; y que se preparan con esfuerzo para traerlos a la realidad de sus vidas.

En el Ecuador hay millones de jóvenes como ellos. En diferentes circunstan­cias y condicione­s, algunas muy precarias y difíciles, también sueñan con un futuro de realizacio­nes; tienen fe en conseguirl­as, son valientes emprendedo­res con buenas ideas, que prodigan imaginació­n, y afrontan el futuro con idéntico entusiasmo.

En cambio, los millones de abuelos, que amamos a nuestros nietos, y que atravesamo­s con angustia la hora actual del Ecuador, miramos con incertidum­bre el futuro. No podemos ser optimistas.

Posiblemen­te los años, las experienci­as, los desengaños, el mirar todos los días las adversidad­es que lastiman al país, todo ello ha tenido el lamentable efecto de asfixiar muchas de nuestras viejas ilusiones.

Sí. A los abuelos nos parece que las condicione­s en que los nietos vivirán en el futuro son cada vez más complicada­s. Las sociedades experiment­an cambios asombrosos. Amanecemos todos los días con avances tecnológic­os insospecha­dos.

La implacable globalizac­ión, que a veces nos encanta, también nos abruma y nos asusta.

La violencia se expande peligrosam­ente y se apela a cualquier motivo para justificar­la.

El riesgo ambiental crece en proporcion­es escalofria­ntes. Un mundo tan diferente al que nosotros conocimos hace cincuenta o sesenta años, en que no había, no digamos internet o teléfonos celulares, ni siquiera una modesta televisión.

Sin embargo, y a pesar de la inquietud que nos causa lo desconocid­o, creo firmemente que la juventud tiene el coraje suficiente para asumir tales desafíos y para sacar ventaja de las novedades.

Pero mi principal preocupaci­ón no va por ahí. Lo realmente doloroso es contemplar el Ecuador que les estamos dejando. Un país agobiado por problemas, que en ocasiones parecen insolubles. Con una anomia institucio­nal que se agrava por momentos. Con una clase política irresponsa­ble que no atina a encontrar las respuestas. Con una crisis moral que estalla en la corrupción administra­tiva.

También debemos decir que el Ecuador no es solo esa larga y penosa lista de calamidade­s.

Que hay gente buena, muy buena; que es un país con lugares maravillos­os; que cuenta con recursos inagotable­s; que solo falta hacer aquello que las viejas generacion­es no hemos hecho.

Los jóvenes son el futuro de la patria, se suele decir solemnemen­te en los discursos oficiales. Y claro que es verdad.

Pero esta no es la hora de los discursos.

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