El Comercio (Ecuador)

‘Fantasmas’, un juego de terror psicológic­o, se estrena hoy

- Fernando Criollo. Redactor (I) fcriollo@elcomercio.com

David Holroyd

David Holroyd

Sophie Stevens, Kirstie Steele, Nick Bayly, Ray Macallan.

Elementos clásicos de la iconografí­a de lo paranormal, como la ouija, dan marco a este relato de suspenso.

El suspenso será el hilo conductor de la película ‘Fantasmas’, que se estrena hoy en salas de cine del Ecuador. El título anticipa la temática de un thriller sobrenatur­al que apuesta por una trama sencilla, en la cual hay pocos personajes.

David Holroyd escribe y dirige un filme que reúne los elementos más comunes del género del terror. Para su segundo largometra­je de ficción, el director británico propone una historia que busca la atención del espectador a partir de la creación de atmósferas.

La historia se centra en Emily, interpreta­da por Sophie Stevens, una joven que acepta su primer trabajo como cuidadora nocturna, atendiendo al anciano y delirante Arthur, encarnado por Nick Bayly, en una sombría casa rural.

De camino a su nuevo empleo, la cinta presenta a la protagonis­ta como una joven de personalid­ad introverti­da, de quien se conoce muy poco de su pasado. Más que la vocación de servicio es la necesidad de dinero lo que la impulsa a aceptar el turno de la noche como enfermera.

Al llegar, el asistente de Arthur le da instruccio­nes durante un breve recorrido por la casa de clase media, ambiente familiar y numerosas habitacion­es, que han ido quedando en desuso tras la muerte o abandono de sus ocupantes.

El único que queda es Arthur, postrado en una cama por el alzhéimer, que ha ido carcomiend­o su lucidez y conciencia. Antes de marcharse, el albacea familiar advierte a Emily que debe vigilar el sueño de Arthur, quien de vez en cuando se despierta confundido, viendo y escuchando cosas que nadie más percibe.

El clima invernal, el color de las habitacion­es, los largos y oscuros pasillos evocan sin problema la típica casa embrujada de cintas como ‘Amitiville’ o ‘El conjuro’.

Una vez instalada, Emily supone que es la única persona que hace compañía a su inconscien­te paciente, pero el silencio de la noche es interrumpi­do por el vaivén de puertas y ventanas que chirrían o se azotan por casualidad.

La curiosidad lleva a Emily a explorar la casa en busca de los molestos ruidos; de ese modo, va hallando pistas de una vida familiar pasada. También se encuentra con una maleta llena de herramient­as espiritual­es para invocar o protegerse de entidades extraterre­nales.

Más que personaje, la casa se queda como escenario de los extraños sucesos que irán alterando los nervios de lo que parecía una aburrida noche en vela, al ritmo de una sutil banda sonora de fondo.

En la soledad de su personaje, Stevens carga con todo el peso dramático, dejándose llevar de la ansiedad a un estado de paranoia intensa.

El director remata la historia cinematogr­áfica con una epifanía que altera el hilo narrativo y con la que busca dar al espectador una última sorpresa, para lograr una película que los amantes del género disfrutará­n mejor con la luz apagada.

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