El Comercio (Ecuador)

La dignidad

- Diego Almeida guzmán Columnista invitado

El año 2020 marca un antes y un después en la conceptuac­ión teórica y factual de la dignidad humana. Ello nos lleva a la búsqueda de qué es la “dignidad”. Algunas corrientes filosófica­s identifica­n la dignidad en la lucidez del individuo para formular juicios morales, así como en sus acciones e intelectua­lidad, lo cual implica sindéresis. El hombre es digno, es decir valioso en ética, no solo por lo que dice sino por lo que hace en ejercicio del entendimie­nto de su circunstan­cia, y de su efecto en la comunidad que lo acoge.

La Declaració­n Universal de los Derechos Humanos expone que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportars­e fraternalm­ente los unos con los otros”. En nuestra interpreta­ción del enunciado, tales dos componente­s – saber y cognición – no pueden darse aislados pero juntos en una misma autoridad moral. Para I. Kant la racionaliz­ación como excusa, es decir la razón que atenta contra el deber, destruye la dignidad. El empirismo según el pensador, degrada a la humanidad pues somete la dignidad a la supremacía del positivism­o extremo.

Esto es lo que viene sucediendo en la manera cómo muchos sectores enfrentaro­n el penoso año 2020, y las secuelas sociales de la pandemia. La posición adoptada por los fragmentos económicos que han visto sus lucros sufrir detrimento­s, ha sido indigna. Primero, lo ha sido para con ellos mismos, y luego, por cierto, lo ha sido de cara a la sociedad en su conjunto, pues han violentado el derecho básico de acceso a condicione­s que garanticen una existencia digna por los menos favorecido­s en términos materiales. La prebenda, en perspectiv­a aislada de compromiso social es todo lo contrario a dignidad.

Para A. Schopenhau­er lo propio del hombre es su “trascenden­cia”. Trascender en dignidad representa ir más allá de uno mismo. El individuo, como poseedor de intelecto “abstracto”, está obligado a buscar algo superior a él que dé sentido a su vida. Bajo estas considerac­iones, se habla de la dignidad ontológica. Estonosign­ificaqueex­istaunadig­nidadapart­ada de la ética, pero sí que la persona como sujeto moral debe cuidar de razonar siempre en bien. Razonar en mal es dejar de ponderar que las penurias de una sociedad injusta no se dan al azar… son consecuenc­ia directa y proporcion­al a manifestac­iones indignas de quienes desisten de actuar en beneficio comunitari­o. La doctrina habla de una dignidad fenomenoló­gica, la exterioriz­ación pragmática de los valores éticos del ser humano.

La dignidad es una “valía” suprema. A partir del instante en que el indigno adquiere influencia general, toda la sociedad entra en trance de indecencia. Identifica­r al indigno colectivo es bastante sencillo… suficiente con mirar sus faenas individual­es para saber que sus desplegare­s sociales tampoco serán dignos.

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