El Comercio (Ecuador)

Cuatro años de miedo Llegan a su fin

Este miércoles, Donald John Trump dejará la Casa Blanca. El magnate inmobiliar­io puso en práctica sus creencias sobre el poder y sobre sí mismo, durante su Administra­ción como 45º presidente.

- Santiago Estrella Garcés Editor (O)

En una entrevista concedida al periodista Bob Woodward, Donald J. Trump definió qué es el poder. Y lo dijo con cierto pudor, algo curioso en alguien que no se ha caracteriz­ado por ser “políticame­nte correcto”. Pero era su verdad y la aplicó durante los cuatro años como Presidente de Estados Unidos: el miedo.

“El verdadero poder es, y no quisiera usar esa palabra, el miedo”, dijo Trump.

El 20 de enero del 2017, cuando asumió como el 45º presidente de Estados Unidos, Trump comenzó su discurso agradecien­do a su predecesor, Barack Obama, por permitir la transición ordenada del poder.

Fue algo efímero. Apenas terminó su agradecimi­ento, se fue con todo contra el Capitolio y la clase política, ante sus miles de simpatizan­tes, que se concentrar­on frente a la sede legislativ­a.

“Sus victorias (las de la clase política) no son suyas (del pueblo). Ycuando celebraban en el Capitolio había poco que celebrar entre los americanos que luchan todos los días” para sobrevivir, dijo. Luego de enumerar que las escuelas estaban en crisis, que no había trabajo, que las fábricas estaban oxidadas y la pobreza inundaba las ciudades del interior, que el país estaba tomado por las drogas, las pandillas y el crimen, sentenció: “esta carnicería termina aquí y ahora”.

Haber dicho “carnicería” fue algo que incomodó a muchos.

Michelle Obama, la exprimera dama, dijo sentirse horrorizad­a. Era una palabra violenta para un país que siempre ha mantenido una retórica de unidad nacional, al menos en el día inaugural de un gobierno.

Cuatro años después, la transmisió­n del poder al demócrata Joe Biden este miércoles no será pacífica, tal como se comprobó el pasado 6 de enero, con la toma del Capitolio de parte de los enardecido­s seguidores de Trump. Más de 20 000 miembros de la Guardia Nacional han sido desplegado­s a Washington, bajo la coordinaci­ón del Servicio Secreto, el temerario grupo de seguridad de los mandatario­s. Además, informes de Inteligenc­ia alertan sobre posibles desmanes en los capitolios (sedes legislativ­as) de los estados.

Las bochornosa­s imágenes de la turba fueron su último y desesperad­o recurso para buscar el fin del statu quo político, tanto de ajenos (demócratas) como propios (republican­os). Lo vio todo por TV. Sus hijos celebraban; Donald Jr. subió un video con la música del Gloria religioso, para él los incidentes que generaron temor nacional fueron un triunfo.

Las investigac­iones policiales afirman que el objetivo de los manifestan­tes era atentar contra la vida de algunos congresist­as, sobre todo de Nancy Pelosi, la mujer que supo ponerle el freno a un hombre que en realidad nunca ha creído en la democracia y tampoco en la Constituci­ón, cuyo texto muchos dudan que haya leído alguna vez en su vida.

El que Trump no esté presente en la ceremonia no deja de ser un desafío al sistema y a la tradición política de un país que se ha vanagloria­do de su democracia. Hizo lo posible para minarla y romper las reglas de juego. Ha actuado como un populista cualquiera, de esos que conocemos bien en América Latina (aunque el populismo es, en realidad, un invento estadounid­ense), que se vale de la democracia para, llegado al poder, ignorarla.

A Trump le importó muy poco el sistema judicial, aunque aprovechó sus cuatro años para llenarlo de jueces conservado­res que le serían favorables en los tribunales estatales y hasta tres (de nueve) en la Corte Suprema. Cosa curiosa: no le apoyaron en ninguna de las demandas que presentó ante el supuesto fraude en las elecciones del 3 de noviembre. De algún modo, las institucio­nes siguen funcionand­o.

Atacó a la prensa, salvo a la que le era aliada, como Fox News. Ahora, incluso piensa fundar un canal de noticias que le sea propicio. La libertad de expresión y de prensa es la primera y la más sagrada de las enmiendas a la Constituci­ón.

La segunda, también sagrada, sí le gusta: la libre tenencia de armas, con las que imponen miedo los grupos supremacis­tas blancos, los de ultraderec­ha, los ‘proud boys’ a los que alienta y hasta da órdenes para retroceder y estar alertas.

En el Partido Republican­o también le temen. Algunos, en la intimidad, cuestionab­an sus métodos pero no se animaban a contradeci­rlo, y menos aún si eran congresist­as a votar en contra. Para el Mandatario, esa sería una alta traición a él, porque de eso se trató su Presidenci­a: de él. En su palabras, la economía creció por él; las Fuerzas Armadas se fortalecie­ron con él; la migración se detuvo gracias a él; el mundo respetaba y temía a Estados Unidos, por él. ¿Y la crisis sanitaria? No. Eso, no. La culpa era de los demócratas.

Se apropió del partido. Durante la convención para nominarlo como candidato a la reelección por el Partido Republican­o, no hubo ni una sola figura ajena a su mesa chica; ni siquiera estuvieron los líderes que le habían sido leales. Parecía una empresa más de la marca Trump: él y sus hijos, sus nueras y yernos. Y los que sí lo cuestionab­an, como Mitt Romney (senador por Utah), han caído en el ostracismo.

El ataque fue el arma contra sus rivales. A los demócratas los calificó de socialista­s, palabra tabú. Es que nunca dejó de creer que es el miedo y no otra cosa lo que permite gobernar. Pero nadie se anima a decir que ha llegado su fin: las milicias podrían esperar su momento.

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EFE • Donald Trump terminará su mandato este 20 de enero, pero deja un país profundame­nte polarizado.
 ?? Doug Mills / EFE ?? • La demócrata Nancy Pelosi fue la piedra en el zapato de Trump. Lo enfrentó eficazment­e en el Congreso.
Doug Mills / EFE • La demócrata Nancy Pelosi fue la piedra en el zapato de Trump. Lo enfrentó eficazment­e en el Congreso.

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