Manuel Macías
(Guayaquil, 1989) Licenciado en Ciencias Políticas y máster en Políticas Públicas por la Universidad de Edimburgo (Escocia). Desde el 2018 dirige el Observatorio de Políticas Públicas de Guayaquil y es profesor e investigador en la Universidad de Guayaquil.
derados son los que pueden ser los puentes para generar espacios de convivencia, espacios de discusión, de debate, de encuentro.
¿Qué peligros entraña la polarización para la democracia?
En parte, se alienta a la protesta como vía para buscar soluciones, se corre el riesgo de bloqueo de planes de gobierno por el tema de las mayorías o de parálisis de las políticas públicas. Los populismos se hacen más fuertes, aprovechando la polarización que surge de las desigualdades sociales imperantes. El problema es que se crean unos escenarios en los que es más difícil alcanzar consensos o acuerdos mínimos entre posturas distantes. Los proyectos políticos que llegan al poder gobiernan basados en esas ideas más extremas, sin mucha oportunidad para llegar a consensos sociales. Eso lleva a que nunca tengamos políticas de Estado, simplemente políticas de gobierno. Siempre se está refundando y recreando la institucionalidad. Es como empezar de cero cada cuatro años.
¿Es posible salvar esa brecha entre dos polos en la sociedad actual?
Lo que habría que pensar en el caso ecuatoriano es cuáles son los polos. Uno puede pensar en la izquierda y la derecha, o los liberales y los conservadores, que son las formas ideológicas más tradicionales. En Ecuador, la gente está polarizada más que por estas tendencias clásicas, por lo que se ha llamado el correísmo y anticorreísmo, lo que se ha exacerbado y va a seguir vigente por cinco o 10 años más. Es una discusión negativa, porque pone a girar el debate en torno a una persona y no en torno a unas ideas o propuestas.
¿La polarización responde a unas posturas más viscerales?
La clave es abrirse y evaluar de forma racional todas las posibilidades, incluso a las tendencias o políticos que solemos rechazar de plano. La idea es no dejarse llevar por esas preconcepciones que uno trae respecto de quién es “bueno” y quién es “malo”. Es un proceso que llama a la sensatez, a propiciar espacios de debate para escuchar al otro, que ese otro tenga la apertura para escucharte, independientemente de si te convencen sus argumentos o no. Es un reto social, un esfuerzo de ciudadanía crítica, que va más allá de quiénes son los candidatos.