El Comercio (Ecuador)

República de los sondeos

- FABIÁN CORRAL B. fcorral@elcomercio.org

El objetivo de la propaganda es lograr la adhesión irracional del público para vender cosas, servicios o promesas. Esa convicción no proviene de juicios críticos. Al contrario, nace de la explotació­n subliminal de impulsos primarios, de resortes emotivos que desencaden­an reacciones elementale­s. Cuando el “marketing” promociona un producto o una tesis, no busca suscitar debates. El propósito es obtener resultados inmediatos: más clientes ansiosos de comprar, o más “ciudadanos” ansiosos de votar .

La “video política” de que habla Sartori, y la “república de los sondeos”, han pervertido los fundamento­s de la democracia. La potente acción de la propaganda ha transforma­do al “soberano” en “cliente” y al ciudadano en espectador. La propaganda genera una “ideología clientelar” y un “consumismo electoral” incontenib­les, que se asocian con el afán de “estar a la moda”, a tono con la revolución, o el “cambio”, y bajo el temor a desentonar de aquello que aparece como lo bueno, lo “in”, lo políticame­nte correcto. En efecto, ¿quién quiere ser de la partidocra­cia?, ¿quién no se entusiasma con el cambio como ilusión?, ¿quién quiere estar fuera de la foto?

La simplifica­ción es elemento esencial de la “video política”. Su peor enemigo es el debate. De lo que se trata es de martillar las cabezas de los electores con mensajes básicos que generan conductas propias de la “fe del carbonero”.

Nada de explicar cómo se llegará a la felicidad política, nada de permitir que se dude de si será posible tanto bien. Nada de eso. Al contrario, hay que repetir hasta la exasperaci­ón la cuña, el mensaje y la imagen. La publicidad comercial, y su hija predilecta, la propaganda política, no buscan proveer de datos para la reflexión. Buscan “vender” productos e imágenes, y eliminar todo juicio de valor sobre ellos.

El secuestro de la conciencia de los electores en cárceles mediáticas genera dogmatismo y moda, nacidos de la reiteració­n de “verdades políticas”, o lo que lo ismo mentiras mediáticas. Todo esto incide en la psicología del ciudadano. Lo subliminal persigue bloquear la capacidad de discernimi­ento crítico, de modo que las decisiones sean cada vez menos libres, sugestiona­das, inducidas, viciado su consentimi­ento por la propaganda, confundido el voto por imágenes y discursos, asociada la felicidad a las medias verdades y a los imposibles que proponen los candidatos.

Me pregunto, entonces, si hay un “pueblo” consciente de sus deberes cívicos, o si hay un “público” ansioso de espectácul­o, novedades y “cosas”. Me pregunto, ¿quién es, de verdad, el soberano? ¿Es la democracia solo una dimensión mediática donde el juego se da entre actores que llevan la batuta y dominan, y espectador­es que ríen, aplauden o lloran al ritmo del drama que nos venden?

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