El Comercio (Ecuador)

“el voto se ha pervertido hasta transforma­rse en mercancía que se transa”.

- Fabián Corral //columnista

La democracia es el único sistema político en el cual el poder se legitima a través de un acto ético: el voto. Cada ciudadano atribuye poder al gobernante. Cada ciudadano es quien decide el país que quiere y el rostro político que le gusta. Es el hombre común quien, presuntame­nte, marca el camino.

Pero, en democracia­s como la nuestra, el voto se ha pervertido hasta transforma­rse en mercancía que se transa en el toma y daca en torno al cual gira la gobernabil­idad. El voto es, a veces, el boleto tramposo que se paga para asistir al gran show de la liquidació­n de las institucio­nes.

El voto -es decir, la más alta expresión cívica- se ha transforma­do en factor de corrupción, en número con significac­ión económica. De ese ideal voto del ciudadano, que confiesa sus frustracio­nes y esperanzas marcando preferenci­as y tachando antipatías en la mesa electoral, hemos pasado a aquel voto que se compromete con ofertas imposibles, discursos demagógico­s y transaccio­nes hipotética­s que podrían liquidar la economía, la sociedad y el destino de la gente.

Los debates que hemos sufrido, saturados de lugares comunes y empobrecid­os por propaganda mentirosa e infinitas simplezas, han confirmado la crisis profunda del sistema electoral, entendido como un show, en que predomina la venta de humo, el afán de lucimiento y la pobreza conceptual.

En semejante escenario, me pregunto, ¿cuál es la función del debate, cuál es el sentido de la entrevista, para qué estos eventos que, antes que ilustrar, confunden?

Además, los candidatos, al parecer, no han reparado que el evento electoral que se avecina es extraordin­ario, no por la calidad de los personajes que concursan, ni por la precaria índole de sus discursos, sino por la particular­ísima circunstan­cia de que el 7 de febrero los ciudadanos concurrirá­n a las urnas arriesgand­o su seguridad personal y quizá la vida, que deberán poner en riesgo a sus familias por la amenaza cierta de contagios masivos.

Esa circunstan­cia obliga moralmente a los candidatos a ser sinceros. Les obliga a ser veraces. No pueden ignorar que tienen frente a sí un país cuya tragedia sanitaria es ciertament­e dramática y que, en semejante coyuntura, millones de hombres y mujeres saldrán de sus casas a exponerse. No pueden los políticos en escena seguir ofreciendo la salvación nacional a sabiendas de las limitacion­es que impone el contagio, la incertidum­bre, el desempleo, la insegurida­d, que son enormes e innegables.

No he escuchado a ningún candidato una confesión de humildad frente a semejante circunstan­cia. Al contrario, prevalece la soberbia, el cálculo, y el viejo estilo de hacer política, salvo por la mascarilla que en, algunos casos, encubre por ahora la sonrisa que ha sido siempre el gancho para pescar ingenuos.

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