El Comercio (Ecuador)

Del silencio

- SUSANA C. DE ESPINOSA scordero@elcomercio.org

Cae la tarde. Me siento cercada. Lo estoy, lo estamos: la mascarilla, el distanciam­iento, la enfermedad, la huida. El miedo. No querer ser contagiado ni contagiar. Fugar, con cuanto esta palabra tiene de escape, de humo. Cuando apenas faltan tres semanas para las votaciones que decidirán nuestro futuro, queremos huir de lo crucial de esta circunstan­cia que se presenta siniestra a nuestros ojos, y que quizá nos acarree daños irreparabl­es. Sin embargo, quiero pensar que, aunque cabe un resultado funesto, también existe la posibilida­d opuesta: la de que el nuevo gobernante termine ennoblecie­ndo nuestra democracia. De muchos candidatos que no merecen, ni de lejos, estar donde están, sabemos de dónde y para qué salieron. Y si todos, por momentos, yerran, lo cual es humano, conocemos a los pocos de los cuales afirmar que son personas de buena voluntad. Pero aunque no basta, sigámoslos, no por lo que dicen urgidos por la necesidad de ‘mostrar’, sino por sus silencios.

Entre las dieciséis candidatur­as, hay candidatur­as-basura, como comida-basura y consumo-basura. Quizá muchos candidatos no sean malos sino insustanci­ales y triviales: erigieron la banalidad como pasaporte hacia el poder. Algunos de entre ellos acertaron antes en difíciles batallas, pero en este combate solo perderán. Otro, halagado por Correa, ese monstruo moral, alcanza apenas a que le ‘den diciendo’. Otro más, se confiesa ‘escopolami­nado’, y parece estarlo, no circunstan­cialmente, sino de nación, como dice nuestro pueblo. ¿Estamos, como pueblo, en un abismo, pendientes de una rama de la cual, si nos soltamos, caemos, y si no la soltamos, también?

Leo por primera vez detalles sobre un Laboratori­o catalán de Aplicacion­es Bioacústic­as y me maravilla la trascenden­cia del trabajo de sus científico­s, que consiste en oír más allá de lo normalment­e audible, es decir, en oír el silencio. ‘Oír’ por ejemplo, el paso de un jaguar, que ‘produce un espacio de silencio’. ‘La proximidad de la lluvia que cambia el paisaje sonoro’. Todos hemos sentido cómo el siseo de la lluvia contribuye a nuestra calma interior, y, más allá de la tan humana afición a la música, nos damos cuenta de la maravilla acústica que resulta del silencio en nuestro universo. En alguna ciudad olvidada vivimos la experienci­a de haber entrado a un espacio de ‘silencio total’, inmensa sala insonoriza­da vacía, triste, sin poesía, y hoy veo en El País una maravillos­a fotografía, con el profundo cielo azul al fondo de la cueva Isabella, en los Dolomitas italianos llamados ‘las montañas rosas’, donde los miembros de ese Laboratori­o aseguran haber grabado por primera vez el silencio absoluto que evocan ‘como una experienci­a mística’: “tumbarse en el suelo de la gruta, en la oscuridad y sin sonido alguno, y perder por completo la noción del espacio y del tiempo”.

Repitamos, pidiendo suerte, la coplita con la que empezábamo­s los juegos infantiles: “De Tin Marín de Do Pingüé, cúcara mácara títere fue… Repetir, o callar.

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