La cobardía
El tema lo desarrollaremos a partir de las opiniones vertidas por Jean-paul Sartre en sus representativas obras, a saber: La Náusea, El Ser y la Nada y El Existencialismo es un Humanismo. La base de la teoría de Sartre parte de dos proyecciones del hombre, cuales son el “ser-ensí” y el “ser-para-sí”.
En la primera, la persona asume su existencia en términos de abstracción a y del mundo en que vive… podríamos decir al margen de compromisos más allá de los suyos propios, respecto de los cuales no se cuestiona. El ser-para-sí, por el contrario, lleva al hombre a debatir su existencia, y por lo tanto a encontrar la esencia humana de la misma – de la existencia – que es la libertad. Éste es el pedestal de la náusea sarteana. Si bien es cierto que el auto-cuestionamiento del ser humano genera angustia, el filósofo considera que ese peso debe asumirlo, so pena de ser “nada”.
“Los cobardes son los que se cobijan bajo las normas”, entendidas como cánones catequistas que castran el libre albedrío, expedidos por quienes pretenden moralizar a la sociedad al amparo de tinieblas mentales. A partir de ello arribamos al “cobarde” como sujeto metafísico de la “cobardía”. Esta penosa faceta del hombre, vergonzosa, lo lleva a refugiarse en sí, sin exponerse al mundo real. Al hacerlo renuncia a su libertad, que es atributo intrínseco del ser humano. Los moralistas cuestionarán este enunciado, pues abogan por una conducta tibia, apática, que hace de la persona un simple algo sin elección.
Siempre según Sartre, esa “eludición” es un autoengaño que lo califica de mala fe como justificativo de pasividad. Nos proporciona algunos ejemplos: las circunstancias han estado en mi contra; no he tenido un gran amor porque no he encontrado un hombre o mujer que fueran dignos; yo valía más de lo que he sido. Hay siempre para la cobardía una posibilidad de superarla, que es el ser-para-sí.
La cobardía es, por igual, un quedarse en el pasado. Tal pasado nos torna cautivos de valores impuestos por otros, pero también esclavos de nuestras propias cadenas. Somos llamados a trascender, a proyectarnos con valentía al futuro, desechando “contravalores” pretéritos… en aras de la libertad. Nuestra vida, nuestra existencia, será inauténtica si permitimos que ocurrencias caducas marquen el camino presente. El existencialismo es humanismo, en tanto concibe al hombre en su efectiva subjetividad… como un mundo que valientemente asume la angustia que implica romper con convencionalismos y rutinas.
Afirma el pensador que el hombre se hace a sí mismo. Bajo este enunciado, la vida auténtica se basa en la “actitud” del hombre para con la libertad. La libertad es fuente de valores. Por ende, solo depende de él y de su propia elección de vida. Elijamos una existencia sin cabida a la cobardía.