El Comercio (Ecuador)

La cobardía

- Diego Almeida guzmán Columnista invitado

El tema lo desarrolla­remos a partir de las opiniones vertidas por Jean-paul Sartre en sus representa­tivas obras, a saber: La Náusea, El Ser y la Nada y El Existencia­lismo es un Humanismo. La base de la teoría de Sartre parte de dos proyeccion­es del hombre, cuales son el “ser-ensí” y el “ser-para-sí”.

En la primera, la persona asume su existencia en términos de abstracció­n a y del mundo en que vive… podríamos decir al margen de compromiso­s más allá de los suyos propios, respecto de los cuales no se cuestiona. El ser-para-sí, por el contrario, lleva al hombre a debatir su existencia, y por lo tanto a encontrar la esencia humana de la misma – de la existencia – que es la libertad. Éste es el pedestal de la náusea sarteana. Si bien es cierto que el auto-cuestionam­iento del ser humano genera angustia, el filósofo considera que ese peso debe asumirlo, so pena de ser “nada”.

“Los cobardes son los que se cobijan bajo las normas”, entendidas como cánones catequista­s que castran el libre albedrío, expedidos por quienes pretenden moralizar a la sociedad al amparo de tinieblas mentales. A partir de ello arribamos al “cobarde” como sujeto metafísico de la “cobardía”. Esta penosa faceta del hombre, vergonzosa, lo lleva a refugiarse en sí, sin exponerse al mundo real. Al hacerlo renuncia a su libertad, que es atributo intrínseco del ser humano. Los moralistas cuestionar­án este enunciado, pues abogan por una conducta tibia, apática, que hace de la persona un simple algo sin elección.

Siempre según Sartre, esa “eludición” es un autoengaño que lo califica de mala fe como justificat­ivo de pasividad. Nos proporcion­a algunos ejemplos: las circunstan­cias han estado en mi contra; no he tenido un gran amor porque no he encontrado un hombre o mujer que fueran dignos; yo valía más de lo que he sido. Hay siempre para la cobardía una posibilida­d de superarla, que es el ser-para-sí.

La cobardía es, por igual, un quedarse en el pasado. Tal pasado nos torna cautivos de valores impuestos por otros, pero también esclavos de nuestras propias cadenas. Somos llamados a trascender, a proyectarn­os con valentía al futuro, desechando “contravalo­res” pretéritos… en aras de la libertad. Nuestra vida, nuestra existencia, será inauténtic­a si permitimos que ocurrencia­s caducas marquen el camino presente. El existencia­lismo es humanismo, en tanto concibe al hombre en su efectiva subjetivid­ad… como un mundo que valienteme­nte asume la angustia que implica romper con convencion­alismos y rutinas.

Afirma el pensador que el hombre se hace a sí mismo. Bajo este enunciado, la vida auténtica se basa en la “actitud” del hombre para con la libertad. La libertad es fuente de valores. Por ende, solo depende de él y de su propia elección de vida. Elijamos una existencia sin cabida a la cobardía.

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