El Comercio (Ecuador)

Érase un país…

- OSCAR VELA DESCALZO ovela@elcomercio.org

Érase un país al que se veía como una isla de paz. Un país de personas amables, alegres, solidarias y trabajador­as. Por desgracia, ese país ha desapareci­do. Somos, eso sí, un lugar de belleza asombrosa. Un territorio pequeño con regiones naturales únicas en el planeta. Un pequeño enclave del tercer mundo, bendecido por una insólita diversidad, extremadam­ente rico en recursos de la tierra, del agua y del subsuelo, pero a pesar de esa abundancia, mucha de nuestra gente vive aún por debajo de la línea de pobreza.

Los habitantes de este lugar hoy somos agresivos, violentos y desconfiad­os. La ira y la crispación se sienten en las calles, que en buena parte se han convertido en zonas de guerra asoladas por ladrones, asaltantes y sicarios, pero también en el campo, que en el pasado albergaba una vida plácida y grata, y que ahora, entre cuatreros, abigeos y delincuent­es comunes, se ha vuelto peligrosa y angustiant­e.

Este cambio en el comportami­ento de la gente se refleja en los nuevos espacios de convivenci­a y comunicaci­ón, en las redes sociales, por ejemplo, que recogen buena parte de esa ira y la multiplica­n contra todo y contra todos en un tiroteo incesante de insultos, verborrea y disputas virtuales; aunque, pensándolo bien, peor todavía resulta lo que sucede detrás de las paredes, en los propios hogares que son refugio y guarida de otro tipo de delincuenc­ia especialme­nte dirigida contra mujeres o menores de edad.

Podríamos pasarnos la vida entera discutiend­o ¿cuándo y por qué terminamos convirtién­donos en una sociedad agresiva, iracunda, intransige­nte, invivible?

Sin duda, lo más fácil será siempre echar la culpa a las innumerabl­es crisis económicas que hemos pasado, o decir que hoy alcanzamos estas cotas bajas de humanismo, decencia y cordura como resultado del encierro por la pandemia; o si somos menos reflexivos aún, alegar que toda esta degradació­n no es por nuestra culpa sino por la del pasado al que, alegre y estúpidame­nte, algunos pretenden cargar el bulto. Sí, podemos justificar­nos con cualquier necedad y repetir como autómatas las idioteces que dicen ciertos dirigentes con toda su mala leche, pero lo cierto es que los responsabl­es del presente somos nosotros y los que hicieron de aquel país un lugar de paz con gente amable y generosa, nunca exentos de claroscuro­s y aprietos, fueron mucho mejores personas que las que hoy poblamos este lugar.

También, por supuesto, podemos culpar a la corrupción, un tumor que ha hecho metástasis y que, sin duda, mueve el círculo vicioso de la crisis, de las necesidade­s básicas insatisfec­has, de la falta de educación, de la ausencia de cultura, del hambre y del crecimient­o de la pobreza, y, quizás tendremos razón, pero, al final, solo nuestra esencia de personas afables, felices, trabajador­as y solidarias, nos permitirá escapar del rincón de violencia, confrontac­ión y división al que nos han llevado unos pocos por sus protervos intereses. Solo entonces seremos otra vez aquel país.

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