El Comercio (Ecuador)

A vueltas con la esperanza

- Jparrilla@elcomercio.org

Nuestro mundo está saturado de esperanzas, pero escaso de Esperanza. Vivimos a salto de mata, empeñados en metas volantes, en vuelos cortos que no van más allá de nuestros intereses, de nosotros mismos o de nuestro entorno familiar. No sé si llamarles esperanzas o ilusiones, pero es mucha la gente que de ahí no pasa: conseguir el carro del año, la casa soñada de “Hermanos a la obra”, acceder a un mejor trabajo, a un mayor salario, a un estatus social más elevado,… quizá, si uno pretende entrar en el sindicato de los próceres de la patria, ganar un curul o, de ahí para abajo, una parcelita de trapicheo o de poder. Esperanzas inmediatas hay muchas, pero son pocas las esperanzas auténticas, aquellas que pasan por los filtros de la conciencia, del corazón y de la fe. Las esperanzas malas, las que acaban dañando la moral y el tejido social, se alimentan a base de pesadillas y de ambiciones; las esperanzas buenas, las que liberan al hombre y dan sentido a su vida, sólo pueden alimentars­e a base de amor, solidarida­d y entrega. No se equivoquen, lo rentable es lo primero, lo feliz es lo segundo. Y, por mucho que se empeñen los magos del mercadeo, no siempre ambas cosas van de la mano.

Durante este tiempo he percibido (con ojos de misericord­ia) la necesidad que nuestro pueblo tiene de pan y de esperanza de la buena. Y lo mismo he sentido al contemplar a las reinas del shopping, víctimas de la pandemia compulsiva del consumo, compre hoy y pague mañana. Todos necesitarí­amos mayor seguridad y confianza. Unos para acceder a lo necesario; y otros para saber compartir lo que tienen o, simplement­e, lo que les sobra. Vivir sin Esperanza (los cristianos decimos que es una virtud teologal, vamos, que algo tiene que ver con Dios), rodeados solo de esperanzas pequeñas y mediocres, es como percibir que se nos viene encima la noche cuando estamos en descampado y sin recursos.

Por este tiempo de Navidad y de Año Nuevo me gusta leer a Martín Descalzo (lean su hermosa trilogía sobre la vida y misterio de Jesús de Nazaret), alimentand­o así el sentimient­o, de la auténtica esperanza: “Como el niño que no sabe dormirse / sin cogerse a la mano de su madre, / así mi corazón viene a ponerse/ sobre tus manos al caer la tarde. / Como el niño que sabe que alguien vela / su sueño de inocencia y esperanza, / así mi corazón duerme tranquilo/ sabiendo que eres Tú quien nos aguarda”.

Esta esperanza que acompaña nuestro equipaje de cada día exige paciencia y confianza y, ciertament­e, un gran empeño. Una vez más, nos aturdirán a base de promesas que casi nunca se cumplen… Unos montarán en bicicleta, otros tocarán el saxofón, otros prometerán los viejos tiempos felices del cambio ya llegó y todos nos recordarán que no nos merecemos la pobreza que llevamos puesta. Ojalá. Pero habría que empezar por la Esperanza, amar de verdad y decirle la verdad al pueblo.

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