El Comercio (Ecuador)

Enrique Tábara, un ícono de la plástica ecuatorian­a

- Gabriel Flores Redactor (0) gflores@elcomercio.com

En sus años de juventud, Enrique Tábara salía por las noches a caminar por las calles de Guayaquil. Le gustaba visitar los salones de baile, los burdeles y las cantinas. Como resultado de aquella exploració­n urbana apareció una serie de cuadros de impronta figurativa y expresioni­sta, que marcaron el inicio de una carrera pictórica, que lo llevó a ser considerad­o uno de los maestros más importante­s de la plástica ecuatorian­a.

Su curiosidad y la necesidad de reinventar­se constantem­ente, algo que caracteriz­ó toda su vida artística, lo llevaron hacia la abstracció­n geométrica, al informalis­mo de inspiració­n precolombi­na y al surrealism­o. Después de pintar a prostituta­s, borrachos y mendigos, sus lienzos comenzaron a poblarse de las cosas que veía en el campo. De esos paisajes salieron sus primeros cuadros con vegetación, insectos y mariposas con formas geométrica­s.

Mientras la mayoría de artistas de su generación seguían enfrascado­s en la denuncia social, él comenzó a explorar el mundo del informalis­mo y la ‘cocina pictórica’, en la que se dedicó a hurgar en la materialid­ad del lienzo. A través de veladuras, de chorrear la pintura, de barrer el lienzo con una escoba o rasparlo con un alambre, pintó obras en las que la textura y el color se convirtier­on en los protagonis­tas.

La beca que recibió del Gobierno ecuatorian­o para viajar a España, en 1955, marcó un quiebre en su producción artística. Tábara, que admiraba la obra de Vasili Kandinsky, tuvo la oportunida­d de conocer a artistas como Joan Miró, Antoni Tápies y Joan Brossa, que era el líder del grupo de intelectua­les de Barcelona, ciudad en la que vivió. Mantuvo una relación estrecha con los vanguardis­tas de España y en 1960 participó en una muestra, en París, en homenaje al surrealism­o, invitado por Breton.

Para desmarcars­e de los informalis­tas europeos, regresó su mirada a las formas, texturas y colores del mundo precolombi­no y comenzó a trabajar en una fusión entre lo plástico y lo ancestral. En ese tiempo, descubrió su gusto por los colores terrosos. Su paleta de colores se llenó de marrones, rojos, cafés y verdes oscuros. Los signos que inventó poblaron varios de sus cuadros, como se puede ver en ‘Tiahuanaco’, una obra en la se demoró más de 40 días.

A finales de la década de los sesenta, Tábara se instaló en Nueva York. En uno de los cuartos de hotel de esta ciudad nació la serie ‘ Pata Pata’, que llegó a su vida por azar. Cansado de la etapa precolombi­na y la abstracció­n comenzó a explorar nuevas posibilida­des. En ese intento dibujó una mujer que no le gustó. Rompió el dibujo y tiró los pedazos, pero se quedó con las piernas. En ese instante se asombró de lo que estaba viendo y las pasó en acuarela a otra cartulina.

Desde ese momento, los pies, las piernas y las botas comenzaron a multiplica­rse en sus lienzos y, en ocasiones, hasta fuera de ellos. A esta serie volvió hace unos años, a través de dos estilos: uno en el que pintó piernas oscuras en fondos claros o viceversa, que pueden ser distinguid­as a larga distancia y otro en el que las piernas aparecen más sintetizad­as y diluidas, al punto que parecen abstraccio­nes.

En estos dos estilos, el uso del espacio plástico se convirtió en su preocupaci­ón principal. Se convenció de que un pintor es realmente importante si encuentra su propio espacio plástico y que este es tan importante en la pintura como las imágenes, que pueden cambiar con el paso del tiempo y las influencia­s.

Su talento y dedicación lo hicieron merecedor a distintos reconocimi­entos, entre ellos, el II Premio Internacio­nal de Pintura Abstracta, en Suiza (1960); el I Premio en el Salón de Julio (1967), el Premio Nacional Eugenio Espejo (1988); la condecorac­ión Doctora Matilde Hidalgo de Prócel de la Asamblea Nacional (2017); y el II Premio, en la segunda edición de la Bienal de Cuenca, con la obra ‘Arbusto en Loma Rosa’. Asimismo, expuso en varias galerías y museos de España, Italia, Suiza, Austria, Estados Unidos, Colombia, Cuba y Ecuador.

En ‘Tábara’, el documental dirigido por Fernando Mieles, explica que, a pesar de explorar una variedad de universos pictóricos, siempre trabajó con la misma técnica, el relieve. “Es la técnica con la que más me gusta expresarme. Lo hice en la etapa de inspiració­n precolombi­na, en las patas, en los paisajes, en los insectos y en mi retorno a las formas precolombi­nas”.

Los últimos años de su vida, Tábara vivió en una hacienda en Quevedo. Desde allí imaginaba la construcci­ón de un museo, con su colección precolombi­na. Seguía pintando, ya no de la forma desenfrena­da e impulsiva de sus años de juventud, sino más bien de una manera más pausada y reflexiva. Asimismo, seguía convencido de que la aventura pictórica, para él, era inagotable y que esta le ofrecía la posibilida­d de explorar, transforma­r y reinventar todo lo que conocía.

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