El Comercio (Ecuador)

Antes y después

- Ernesto albán gómez Columnista invitado

Escribo estas líneas en la víspera de la jornada electoral. Se publicarán cuando ya se conozcan los resultados. En esta coyuntura, las recomendac­iones y las advertenci­as resultan extemporán­eas, en tanto que los festejos o las lamentacio­nes suenan prematuras.

¿Qué podemos decir cuando estamos en el filo de la navaja? ¿Qué reflexione­s, qué comentario­s, qué opiniones pueden tener la misma eficacia, la misma actualidad, antes y después de las elecciones, y sean cuales fueren sus resultados?

Lo primero que hay que reconocer, con toda sinceridad, es que el proceso electoral ha sido decepciona­nte. Tal vez, dadas las circunstan­cias, lo esperábamo­s. Segurament­e ha sido peor de lo que esperábamo­s.

Lo más preocupant­e es advertir que, más allá de las circunstan­cias negativas, que fueron muchas y complejas, la explicació­n última es la deplorable calidad de la democracia ecuatorian­a. Una lamentable comprobaci­ón, que aparece por todas partes; que se manifiesta en la debilidad de las institucio­nes, en la fragilidad de las garantías públicas; que se desnuda impúdicame­nte en la elemental y penosa demagogia de las ofertas de campaña.

¿Creemos realmente los ecuatorian­os en la democracia? ¿Creemos en la razón de ser de la organizaci­ón republican­a del Estado, con división de poderes independie­ntes, con funciones distribuid­as entre las distintas institucio­nes del Estado, con responsabi­lidades compartida­s entre ciudadanos y mandatario­s? ¿Creemos en el significad­o de unas elecciones libres y confiamos en el mandato popular que reciben los elegidos? Hasta me atrevería a preguntar si creemos que es necesaria una constituci­ón. Y aunque la de Montecrist­i provoca todos los días mil contratiem­pos, no podemos ser un Estado de verdad si no vivimos bajo las reglas impuestas por una constituci­ón.

Me temo que las experienci­as negativas de la historia reciente del país nos llevan a desconfiar, casi instintiva­mente, de las leyes, de las institucio­nes, de sus fundamento­s jurídicos y, sobre todo, de los protagonis­tas del escenario político. Y sospecho que este escepticis­mo, no solo aparece en los sectores sociales que han sufrido los golpes más duros de la crisis, sino que se ha filtrado a las clases dirigentes de la sociedad. Como que estamos a punto de renegar de la democracia y decididos a embarcarno­s en cualquier aventura. ¿Decepcione­s? ¿Incertidum­bre? ¿Temor al futuro?

Por eso, la primera tarea que el país tiene por delante es recobrar la fe en los principios en que se fundamenta a democracia. Recuperar los antiguos símbolos bajo los cuales se construyó: libertad, igualdad, solidarida­d.

Antes y después de las elecciones, cualquiera que sea el escenario en que debamos vivir los próximos cuatro años, el desafío para los ecuatorian­os es el mismo: defender la democracia.

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