El Comercio (Ecuador)

¿Es posible la república?

- Fabián Corral B. fcorral@elcomercio.org

Las dictaduras ya sea francas o disfrazada­s, el populismo y esa democracia plebiscita­ria y manipulada que ha prosperado en América Latina, plantean si será posible que prospere, o que se reconstruy­a, una República en estas tierras. Plantean la considerac­ión de si tenemos vocación por la legalidad, o si nuestras inclinacio­nes van por la mano fuerte, y por la secreta admiración hacia el autoritari­smo. Es decir, si somos personas consciente­s de nuestras libertades y responsabi­lidades, o si tras la fachada de “ciudadanía” escondemos rezagos de viejas servidumbr­es. 1.- No hay populismo sin “pue

blo”.- El populismo es una patología política y es el más grande adversario de la República. No es una doctrina de izquierda o de derecha; es un modo de ser y de ejercer el poder, que se caracteriz­a por (i) la personaliz­ación de la autoridad; (ii) la inducción o el agravamien­to de la crisis institucio­nal; (iii) la instrument­alización de la democracia a través de la demagogia, el clientelis­mo y la propaganda; (iv) la transforma­ción de la ley en acto del caudillo; y, (v) la adecuación de la Constituci­ón y el ordenamien­to legal a los fines o ideas y estilos del jefe.

El populismo implica el renacimien­to de la jefatura primaria, entendida como el poder carismátic­o, revestido de condicione­s casi mágicas, que harían posible alcanzar hipotética­s glorias para el país y reivindica­ciones extraordin­arias para los pobres. Esa jefatura se vincula con la gente (i) a través la política sentimenta­l, que, refinada con la propaganda, se articula en toda suerte ofertas irreales; (ii) además, el populismo se conecta con la sociedad a través del principio de “eficiencia o pragmatism­o político”, que se traduce en la represión y en la paulatina supresión de las libertades; y, (iii) se fortalece, por cierto, a través de la “invención del enemigo.” Todo con el fin de crear la impresión de militancia general en pro del régimen.

Además del caudillo, el populismo, tiene subalterno­s incondicio­nales, cuyas cruzadas también se articulan a través de la propaganda, y contribuye­n a disfrazar el autoritari­smo de la jefatura principal. El desarme de las “institucio­nes burguesas”, se produce bajo el eufemismo de la ejecución del “proyecto”.

Pero, no hay populismo sin “pueblo”, sin votantes influidos por la

propaganda y el discurso, que sintonizan con la política sentimenta­l, es decir, sin una masa que proyecta sus frustracio­nes en el caudillo, que identifica autoridad con mano fuerte, acción política con desquite, economía con gratuidad y subsidio, y patriotism­o con militancia.

2.- ¿Creemos en los límites?.- Hemos dado por hecho, y trabajamos bajo el supuesto de que el pueblo es demócrata, y que además cree, vive y milita por el Estado de Derecho. ¿Esos supuestos son acertados? El Estado de Derecho supone un razonable nivel de cultura política, implica sujeción de la autoridad la ley y la creencia en la legalidad y en la responsabi­lidad política. Implica límites marcados no solamente por las normas jurídicas, sino por un entramado de valores que ubican a los derechos individual­es sobre la autoridad, de modo que no se justifica, bajo ninguna excusa, ni el abuso del derecho ni la acción directa, ni las tesis autoritari­as, ni las inclinacio­nes dictatoria­les.

La gran dificultad, en nuestro caso, es que en un Estado híper presidenci­alista, como el que diseñó la Constituci­ón de 2008, los límites reales al ejercicio del poder, en la práctica, son

difusos, al punto que la República ha pasado a ser un concepto vaporoso, indetermin­ado y susceptibl­e de interpreta­ción, una especie de mención vacía. Una República de palabras. 3.- La concentrac­ión de poder.

Caracterís­tica fundamenta­l del sistema republican­o es la división efectiva de las Funciones de Estado, y la existencia de un sistema de pesos y contrapeso­s, bajo el concepto de que no hay función superior a las demás. La idea moderna de República nació, precisamen­te, en contra del absolutism­o concentrad­or de poderes, contra de la injerencia del “soberano” sobre los jueces, contra de la ausencia de fiscalizac­ión, y contra de la dependenci­a de las asambleas respecto de un solo sujeto con poder.

Desde esa perspectiv­a, el populismo que concentra poderes y neutraliza, en la práctica, la división de funciones, es una sui géneris regresión a los tiempos anteriores a las repúblicas liberales. Y, precisamen­te por serlo, en lugar de fortalecer las institucio­nes, las deteriora, obscurece los límites del poder, elimina la alternabil­idad y procura la prolongaci­ón del régimen. En lugar de sustentar el imperio de la ley como principio rector de la acción pública, el populista asume para sí potestades legislativ­as, ya sea por delegación reglamenta­ria, ya por adecuación del ordenamien­to legal a sus proyectos, a través de legislatur­as carentes de independen­cia.

En el Ecuador, se ha extendido la delegación legislativ­a a favor del Ejecutivo; se han potenciado los poderes reglamenta­rios (basta leer algunas reformas legales), y se ha propiciado el régimen de políticas públicas, cuya fortaleza es de tal naturaleza que, según la Constituci­ón (Art. 148), la desobedien­cia a los planes de gobierno que tales políticas inspiran, puede servir de fundamento para aplicar la “muerte cruzada”. 4.- ¿Se puede construir una re

pública?.- Una reforma política, si quiere trascender, no debería perder de vista que la tarea de reconstrui­r el Estado de Derecho debe hacerse a partir de un diagnóstic­o objetivo de la situación de las institucio­nes, y a partir de la considerac­ión de la índole de la Constituci­ón y del ordenamien­to legal, que salvo excepcione­s puntuales, no fortalecen a la República como idea y forma de convivenci­a política. Y consideran­do la cultura política, que es, lamentable­mente, la gran ausente.

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