La mentira
La “mentira” es un contravalor moral que se manifiesta como alteración de la verdad. Al margen de consideraciones filosóficas respecto de su naturaleza, ésta – la verdad – es conformidad con la evidencia más allá de la percepción subjetiva que se tenga de un hecho. La mentira implica una infracción a la obligación ética de integridad en la transmisión de un fenómeno observado o del cual somos parte. En la mitomanía se da un “locutio contra mentem”, significando discordancia entre el conocimiento consciente y su emisión.
Mentira es, entonces, una tergiversación de la autenticidad. La persona “auténtica”, es decir aquella que no oculta sus pretensiones en términos de aspiración a un fin, evitará distorsionar las evidencias. En contrario, el protagonista que por insolvencia moral rehúye a exponer sus reales intenciones en forma digna, optará por la mentira. Este segundo, en el clímax del indecoro, ensayará también justificar sus falsedades disimulándolas bajo tientos artificiosos, que ontológicamente conforman una nueva farsa.
La verdad es coherencia de vida. Mentiroso es un ser no digno de confianza, en tanto que en sus expresiones y expansiones de vidorria, se desliga de la necesaria lealtad. Es fácil descubrir al falso determinando cuánto énfasis pone en pregonar su propia legitimidad; igual que el deshonesto propaga constantemente su pudor.
Pues bien, la verdad no requiere ser ostentada; la verdad se la vive, se la vacía en actos. Asimismo, la honestidad como limpieza del alma, no demanda de ser publicada en cada paso sino de ser “existida”. Quien insiste mucho en no ser engañador, es patrañero; quien reclama con vehemencia permanente no ser putrefacto, está podrido.
En la filosofía “agustina” identificamos varios tipos de mentira. Tenemos, por ejemplo, a la que se expresa por el solo ánimo o delectación de hacerlo. Su titular es el fulero atávico, que en el plano sicológico es un mórbido.
Hay también mentirosos que exponen falsedades en el único propósito de agradar al resto; es la condición del embustero desequilibrado, que pretende camuflar sus titubeos mostrándose como el recadero del grupo.
El mendaz más resbaladizo es el individuo social que trastorna de manera consciente el escenario, para cerciorarse de que sus bienes y fortuna – materiales y anímicos – no sufran menoscabo. Este mentiroso no recapacita en el daño implícito y explícito de su alteración de la sinceridad. Insistirá siempre en su capacidad de pronunciamiento de criterios válidos a fines de altruismo social general, los cuales caerán por su propio peso frente a la certidumbre en contrario.
El ladrón se apropia de lo ajeno. El mentiroso enajena su propia conciencia. Son solo dos caras de inmundicia ética.