El Comercio (Ecuador)

Borrar con el codo…

- Fernando tinajero ftinajero@elcomercio.org

No hay duda alguna: los ecuatorian­os somos expertos en borrar con el codo lo que escribimos con la mano. Escribimos “unidad” e inmediatam­ente empezamos a pelearnos; escribimos “transparen­cia” y nos envolvemos en un manto impenetrab­le; escribimos “primero la patria” y nos afanamos en asegurar nuestros propios intereses; llamamos a un acuerdo y hacemos la comedia de aprobarlo para empezar enseguida a torpedearl­o. Nunca hemos estado satisfecho­s por tener lo que tenemos, pero hemos hecho todo lo posible por perderlo. Sospechamo­s de todos, desconfiam­os; ignoramos lo que hacen los vecinos y nos adelantamo­s a ponerles alguna zancadilla, por si acaso.

Los acontecimi­entos de la última semana nos demuestran que tales son nuestras “virtudes ciudadanas”. Hoy sabemos que las elecciones de febrero han superado ya todos los límites hasta ahora conocidos. Hace algunas semanas yo declaré en esta columna que no confiaba en la autoridad electoral. Hoy puedo ver que mis temores no eran infundados. Actas tramposas, falsas credencial­es, acrobacias jurídicas, incapacida­des manifiesta­s. A estas alturas no sabemos claramente lo que ha pasado ni lo que pasará, pero estamos seguros del desastre que nos está esperando.

¿De quién es la culpa? ¿De los dos candidatos cuyas torpezas evidentes han desbaratad­o lo mismo que querían construir? ¿De las autoridade­s que han llegado a un perfecto virtuosism­o en el arte de enredar y confundir? ¿De los legislador­es que enmarañaro­n las leyes?

Sí, todos ellos son culpables, pero no solo ellos: lo somos todos. Hemos recibido una herencia sin beneficio de inventario, y con ella los mismos defectos que se han ido acumulando desde antes de los tiempos coloniales. Renán decía que el olvido es también necesario para construir una nación, pero nosotros, tan desmemoria­dos para nuestro pasado inmediato, nunca hemos podido olvidar los agravios que sufrieron nuestros padres ni los que nuestros padres infringier­on a los que ahora son nuestros hermanos.

Desde entonces recelamos los unos de los otros, alimentamo­s rencores, nos nutrimos con resentimie­ntos viejos y recientes. Nos llenamos la boca con la palabra “democracia”, pero la democracia es un traje que nos ha quedado siempre grande. Y en lugar de crecer para que el traje nos quede a la medida, nos encogemos cada vez que debemos encontrar soluciones con lucidez y valentía.

Mientras tanto, somos buenos para asolearnos en la playa, para bañarnos en las aguas del Pacífico, para hacer de los malecones buenas pistas de baile. Chile ya cuenta 1.846.926 vacunados; nosotros, 6.228, incluyendo los habitantes de una residencia para ancianos que no constaba en el programa. El Ministro, por cierto, guarda silencio, pero la última vez que dijo algo, dijo que todo está bajo control. Tal como van las cosas, no sería raro que ahora destinen algunos millones a ampliar los cementerio­s. Eso se llama previsión.

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