La libertad secuestrada
En el contexto en el que vivimos, a caballo entre la primera y segunda vuelta electoral, sin saber muy bien hacia dónde vamos, siento que la libertad se cotiza a la baja. Me refiero a la libertad como liberación de la opresión (política, económica o social, incluso religiosa). Da la sensación de que la libertad se ha transformado en un sentimiento efímero de bienestar, de estar a gusto, sobre todo cuando ejercemos nuestro papel de consumidores. Da la sensación de que los centros comerciales son los nuevos templos de la libertad y de que quienes transitan por ellos son las personas más felices del mundo.
Algún filósofo califica a esta libertad de “gaseosa”. No es una libertad que genere vértigo o pasión, no se trata de aniquilar los falsos ídolos; más bien se trata de una libertad sin renuncia y sin compromiso, algo que se vive sin nostalgia y sin dramatismo. Se trata de una libertad indolora y autocomplaciente. Lejos quedan las luchas sangrientas por la libertad que libraron nuestros padres y nuestros abuelos… Piensen en la revolución francesa y en todas las revoluciones subsiguientes.
Hoy la libertad se ha vuelto tan volátil como la sociedad en la que vivimos. La meta no es la liberación de las personas y de los pueblos esclavizados por la codicia humana, sino superar el estrés mediante el deporte o las técnicas de relajación. Es algo que se consume a ratos, en pequeñas raciones, según la necesidad del momento. Por eso me hace gracia cuando algunas personas me dicen que necesitan, como si se tratara de una droga, alguna experiencia espiritual de usar y tirar, olvidándose de que lo esencial de toda espiritualidad no es sentirse a gusto, sino crecer en compasión, donación y gratuidad. Lo que está en juego no son las sensaciones, sino las virtudes que, poco a poco, nos van haciendo personas capaces de amar.
Son muchos los que piensan que, ante el sistema aplastante en el que vivimos, subyugados por la pasión de comprar y de consumir, es casi menos que imposible salir de la jaula en la que estamos metidos. ¿Será suficiente con construir una sauna dentro de la jaula? ¿Será suficiente con huir de la ciudad en el fin de semana? Creo que no. Más bien, sin darnos cuenta, podríamos estar dando oxígeno a nuestra rutina diaria. Dios me libre de menospreciar el aire puro o la belleza del campo. Más bien trato de decir que la libertad no puede ser una fuga del mundo, una fragmentación en diminutas partículas, sino un compromiso serio, profesional, personal y comunitario, por cambiar lo que no está bien, oprime, ata y esclaviza al hombre. Pareciera que una libertad así nos asustara más que la pérdida de la libertad.
Espero que nuestros políticos no nos metan por el embudo de una libertad prefabricada. Espero que nos dejen crecer, participar, criticar y construir un mundo mejor, quizá un poco más incómodo, pero infinitamente más humano.