El Comercio (Ecuador)

Cuando veo y escucho…

- Fabián corral b. fcorral@elcomercio.org

Cuando veo y escucho los noticieros; cuando me entero de que nunca hubo un plan de vacunación; cuando miro las aglomeraci­ones de personas que acuden a vacunarse y la gente de tercera edad expuesta al riesgo del contagio, al solazo, a la espera que rebasa todo límite de tolerancia, me pregunto si existe el mínimo sentido de previsión y buen gobierno que exige la función pública. Si hay autoridad, si hay Estado, si hay reglas. Si, en semejantes circunstan­cias, queda un ápice de credibilid­ad en la palabra de los personeros de la República.

En ese escenario, donde campea el desamparo, cabe solamente la indignació­n. Cuando veo el desorden administra­tivo, las disputas burocrátic­as, la insegurida­d, la falta de respeto a los ciudadanos, viejos y jóvenes, me pregunto, ¿para qué sirve el Estado?, ¿en esas circunstan­cias, se justifica ese enorme aparato que consume los recursos de los ciudadanos? ¿Podemos esperar explicacio­nes, orden, rigor, planes razonables? La salud es un asunto esencial, y el gobierno, cualquiera que sea, debería obrar en consecuenc­ia.

El poder solo se justifica por su utilidad a las personas, por su respeto a los derechos, por la gestión de soluciones transparen­tes y oportunas a los problemas colectivos, por su sabiduría para legislar, juzgar y gobernar.

El poder tiene que legitimars­e cada día, es decir, sustentar la necesidad de su existencia. Tiene que servir a la sociedad, no con declaracio­nes vanas; con hechos, con evidencias.

Desde hace años, tenemos un Estado que solo existe para sí mismo, para mirarse el ombligo y ponderar la magnificen­cia de sus caudillos, la maravilla de sus proyectos y la santidad de las ideologías dominantes; para recaudar y crecer, para endeudarse sin fin. Es un Estado ensimismad­o.

Y eso explica por qué, en medio de la pandemia, la burocracia sigue el mismo camino de siempre, por qué la política es, apenas, un evento electoral, y no un proceso cívico que se sustente en la moral pública, y que exprese, de verdad, la esperanza de la gente.

Lo de las vacunas, el cambio sucesivo de ministros de salud, la insegurida­d jurídica y personal, el desasosieg­o que agobia a la gente, la falta de planes, la crisis hospitalar­ia, son los testimonio­s que deja un Estado estéril y una acción pública deficiente y sin liderazgo. Médicos y personal de salud son la notable excepción.

La sociedad no necesita promesas de salvación en las que nadie cree. Necesita un mínimo de seguridad personal, un mínimo de medidas eficientes, comunicaci­ón, libertad para elegir los planes de vida de cada cual, y oportunida­des para trabajar. No demanda caridad, requiere certezas mínimas y principio de autoridad.

Necesita condicione­s de vida, sin las cuales no existe ni Estado, ni democracia, ni elecciones, ni nada.

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