Las fiestas, antesala de la muerte
Para una parte de la población, la vida propia y del resto no vale nada. No la aprecia o solo lo hace cuando está al borde de la muerte por el covid 19, pero ya resulta tarde. Esas personas, que no son pocas, actúan con irresponsabilidad y no entienden lo que representa vivir en pandemia, con un virus mortal. Se burlan con su participación en fiestas y consumo de licor. Luego, en medio de desesperación y angustias, reclaman y protestan la falta de atención médica y de espacio en los hospitales, que están copados y con pacientes a la cola precisamente por esta situación.
Según datos oficiales, durante el feriado último de Semana Santa en el ECU 911 se reportaron 342 fiestas clandestinas, sin contar las que no se denunciaron. Según esa entidad, las reuniones se incrementaron en un 49 por ciento con relación a las reportadas durante el feriado de carnaval.
Los festejos se realizan en viviendas o conjuntos privados y, según los reportes, los policías no pueden ingresar y suspenderlas con el argumento de que no cuentan con órdenes de allanamiento. Acuden al lugar y desde la calle piden al organizador que cancele el evento y que los asistentes se retiren, lo que resulta ineficaz. En estas reuniones sociales se consumen bebidas alcohólicas, se incumplen las medidas de distanciamiento personal y los asistentes no usan mascarillas, a pesar de que en todo el país se han prohibido los actos masivos, públicos y privados, y en algunos cantones también hay restricciones para estas actividades.
Las fiestas se han constituido en la antesala de las muertes, con los consiguientes altísimos costos para el Estado que debe atender en las unidades hospitalarias, recursos que pudieran dedicarse para otros fines, urgentes y necesarios, como enfrentar la desnutrición infantil crónica, que están entre los peores indicadores de la región. La falta de consideración con el desgaste e incluso la muerte de médicos y profesionales de la salud que se juegan su vida las 24 horas de cada día mientras los irresponsables se burlan del resto, farrean y toman licor.
Ante la impotencia frente a la actuación de estos inconsecuentes con la vida, durante esta pandemia se han decretado estados de excepción, que han impuesto toques de queda, limitaciones en los derechos ciudadanos y otras medidas extremas. Sin embargo, en esta vida sin comprensión ni razonamiento, primero están los derechos de las personas consagrados ampliamente en la Constitución, que normalmente debiera ser así, pero cuando de por medio se pone en riesgo la vida del resto (padres, abuelos, hermanos, hijos y todo el entorno), existen obligaciones y responsabilidades que son inobservadas y que no quieren hacer caso estas personas, hasta cuando se presentan los fallecimientos y ya no sirven de nada los arrepentimientos y posteriores reclamos.