En una isla lejana, el Duque de Edimburgo era un dios.
Atentos al arribo del nieto rebelde para el funeral del duque de Edimburgo, los británicos se volcaron ayer a los pubs.
Hay un dicho que afirma que todos los reyes y reinas desaparecerán, menos los del naipe y del Reino Unido. La muerte de Philip, duque de Edimburgo y consorte (nunca una palabra tan apropiada, en su caso) de la reina Isabel II, da a entender que la afirmación no es nada descabellada, aunque tenga sus dosis de humor.
Todos los periódicos del mundo destacaron su muerte, a los 99 años, el viernes pasado. Las publicaciones no cesaban, no solo en los sensacionalistas, sino en los importantes: The Guardian, New York Times, El País, Clarín.
Philip Schleswig-holstein-Sonderburg-glücksburg, tal su nombre, no fue un santo de devoción para muchos, como, por ejemplo, Lady Di, con quien él simpatizaba más que con su hijo Carlos.
En países africanos como Kenia ha sido una conmoción su muerte. Pero lo es aún más en la isla Tanna, in Vanuatu, en el Pacífico Sur, lo consideran casi una deidad. Cuenta la leyenda que el hijo de piel pálida de un dios de la montaña cruzó los mares para casarse con una mujer poderosa. Y él cumplía ese rol.
Además, ayer fue un día excepcional para los británicos porque el domingo llegó a Londres Enrique, su nieto, y sin su esposa, Meghan Markle. Según los monárquicos, ella es la causante de la separación de su marido de la corona, de sus deberes y de sus beneficios.
El 8 de enero del 2020, Enrique y Meghan anunciaron que se alejaban de la familia real. En aquellos días, el país vivía momentos cruciales para su separación de la UE, el Brexit (de British-exit). Pero el tema que abrió las portadas de los diarios fue el anuncio del “Megxit” (de Megan-exit), un término que reinventó el diario The Sun.
Enrique dijo ayer que su abuelo era como un compinche: “maestro de la barbacoa, leyenda de las bromas y descarado hasta el final”. Fue una defensor a ultranza de la corona, al punto que siempre estuvo dos pasos detrás de la reina Isabel II.
Hay que reconocerle que Philip logró su objetivo: pese a todas las crisis, la corona sigue fuerte. Apenas al 20% de los británicos les gustaría que el país sea republicano. En España, diversas encuestas señalan que superaría el 50% si se diera un referendo que les preguntase si quieren en fin de la corona.
En esta excepcionalidad británica, ayer, en cambio, otra noticia se disputaba la hegemonía con Enrique. Volvieron a abrir los pubs, esos espacios esenciales de la convivencia de ingleses, escoceses, galeses e irlandeses para disfrutar de sus ‘pintas’ con ‘fish & chips’.