La transparencia
Durante la revisión de literatura técnica en que emprendimos para redactar esta columna, hemos accedido a un documento de Transparencia Internacional, titulado Guía de Lenguaje Claro sobre Lucha contra la Corrupción (2009).
El escrutinio de la misma nos autoriza conceptuar a la “transparencia” como la “cualidad” de un ente colectivo, también válida para los individuos, de ser “abiertos a la divulgación de información, normas, planes, procesos y acciones”. La transparencia está ligada de manera directa a la “ética”, que para la Guía son los estándares de conducta basados en valores centrales, los cuales están llamados a orientar las decisiones, elecciones y acciones. Siempre según el documento, la ética va de la mano con la “integridad”, que dice relación con conductas y procederes sustentados en normas y principios morales, adoptados por las personas y entidades como barreras contra la corrupción.
Hablar de transparencia es referirnos, por ende, a una actitud que nos permita brindar confianza con base en nuestro propio devenir, y confiar en terceros a la luz de su diligencia. En el otro extremo tenemos a modos, posturas y talantes turbios conducentes a obtener favores y réditos indebidos; también a omisiones a través de las cuales - con el mismo propósito de provecho propio - se dejan de transmitir factores relevantes para sea la toma de una decisión, u optar por una alternativa.
La doctrina sugiere tres “dimensiones” de la transparencia. Una es de carácter técnico, concerniente al estilo con que se ejecutan operaciones de trascendencia colectiva. Existe una segunda de orden político, coherente con la apertura al diálogo para la correcta ponderación de los elementos involucrados. La tercera es de perfil institucional, que apunta a parámetros diáfanos al interior de cualquier colectivo, público o privado, como norte en la abolición de conflictos de intereses que de existir generan descomposición en el más amplio sentido de la palabra.
A diferencia de lo sostenido por quien mira la paja en el ojo ajeno, sin percatarse - intencionalmente - de la viga que tiene en el suyo propio, el mal de la “no-transparencia” no es ni de lejos exclusivo del sector público. Los actores privados opacos son igual de perniciosos. Nos enfrentamos en el ámbito privado a sibilinos personajes que ocultan su sombra (¿¡!?), por lo general, en velos impresentables tejidos de injusticia, de incompetencia, de perversidad… en definitiva, de asimetría ética en sus ilaciones con los demás. Ello da origen a un régimen plasmado de mediocridad, de “fraude moral”, de simulación bochornosa.
La transparencia es congruencia. Es por igual el ejecutar cristalino, que permite traslucir las reales intenciones, evitando favoritismos y padrinazgos que agrietan las relaciones dentro de una organización, y las interpersonales.