Dementes
El trato violento está tan naturalizado que no nos damos cuenta de que todos lo ejercemos. A propósito de un reciente hecho racista en TV fue impresionante observar las reacciones, la mayoría agresivas, a favor de los protagonistas o contra de ellos. Fue un buen pretexto para irnos a los puños e insultos: tonto, mamerto, mediocre, odiador.
Los calificativos ofensivos salían como balas de nuestras casas, de nuestras redes sociales. La descalificación, el empapelamiento, la cancelación, el linchamiento público son prácticas cada vez más frecuentes que las ejercen más individuos y grupos diversos. Estas acciones de eliminación del “otro” las realizan por igual gente de derechas o de izquierdas, “blancos”, cholos, mestizos o indios, serranos y costeños, hombres y mujeres, machistas y feministas, viejos y jóvenes, doctores y analfabetos, periodistas y televidentes.
Esta cultura del odio está en toda la sociedad. Se ha extendido con la pandemia. Seguramente el encierro prolongado, la incertidumbre extrema, el desempleo y el teletrabajo han exacerbado nuestros ánimos. Todos destilamos iracundia. Estamos más dementes.
La alternativa no es volvernos ángeles o santos, que callemos y miremos al cielo frente a cualquier situación o injusticia que nos afecte. No. No se trata de dejar de lado la pasión en defensa de las ideas ni de volvernos tibios ni anodinos. El asunto es reinstalar las relaciones de respeto y consideración. Aprender a vivir con la diferencia. Entender que nuestra verdad se enfrenta con la verdad del vecino. Que discrepar es bueno, pero disentir no con clichés, prejuicios ni insultos, sino con argumentos. Discusión informada, sin dogmas.
La vida es una eterna contradicción. El conflicto es consustancial a la vida. Existe y existirá por siempre. Entonces lo sabio es no evadirlo, sino enfrentarlo: ¿Cómo? ¿Por medio de la guerra o del diálogo? A través de la historia, la humanidad ha transitado más por los caminos de la violencia y la guerra para resolver sus conflictos. La fuerza ha creado frágiles momentos de paz a favor de los vencedores. Los vencidos resisten y se rebelan. El conflicto se rehabilita. Resultado: sufrimiento, dolor y muerte permanente.
Otros sectores de la humanidad optan por el camino de la no violencia y del diálogo. Ruta complicada, difícil pero garante de una resolución pacífica del conflicto y garantía de una convivencia armónica de más largo aliento.
La convivencia en paz se aprende. La educación es el mejor instrumento. Pero esa educación no solo es responsabilidad de la escuela. Los padres y madres, el presidente, los ministros, los alcaldes, el periodista de radio, la estrella de TV y los maestros deben comprometerse, con su ejemplo, a enseñar el respeto a los demás y así mismos, a valorar la diversidad, a entender que es mejor la complementariedad que la humillación y el insulto.