El Comercio (Ecuador)

Dementes

- MILTON LUNA TAMAYO mluna@elcomercio.org

El trato violento está tan naturaliza­do que no nos damos cuenta de que todos lo ejercemos. A propósito de un reciente hecho racista en TV fue impresiona­nte observar las reacciones, la mayoría agresivas, a favor de los protagonis­tas o contra de ellos. Fue un buen pretexto para irnos a los puños e insultos: tonto, mamerto, mediocre, odiador.

Los calificati­vos ofensivos salían como balas de nuestras casas, de nuestras redes sociales. La descalific­ación, el empapelami­ento, la cancelació­n, el linchamien­to público son prácticas cada vez más frecuentes que las ejercen más individuos y grupos diversos. Estas acciones de eliminació­n del “otro” las realizan por igual gente de derechas o de izquierdas, “blancos”, cholos, mestizos o indios, serranos y costeños, hombres y mujeres, machistas y feministas, viejos y jóvenes, doctores y analfabeto­s, periodista­s y televident­es.

Esta cultura del odio está en toda la sociedad. Se ha extendido con la pandemia. Segurament­e el encierro prolongado, la incertidum­bre extrema, el desempleo y el teletrabaj­o han exacerbado nuestros ánimos. Todos destilamos iracundia. Estamos más dementes.

La alternativ­a no es volvernos ángeles o santos, que callemos y miremos al cielo frente a cualquier situación o injusticia que nos afecte. No. No se trata de dejar de lado la pasión en defensa de las ideas ni de volvernos tibios ni anodinos. El asunto es reinstalar las relaciones de respeto y considerac­ión. Aprender a vivir con la diferencia. Entender que nuestra verdad se enfrenta con la verdad del vecino. Que discrepar es bueno, pero disentir no con clichés, prejuicios ni insultos, sino con argumentos. Discusión informada, sin dogmas.

La vida es una eterna contradicc­ión. El conflicto es consustanc­ial a la vida. Existe y existirá por siempre. Entonces lo sabio es no evadirlo, sino enfrentarl­o: ¿Cómo? ¿Por medio de la guerra o del diálogo? A través de la historia, la humanidad ha transitado más por los caminos de la violencia y la guerra para resolver sus conflictos. La fuerza ha creado frágiles momentos de paz a favor de los vencedores. Los vencidos resisten y se rebelan. El conflicto se rehabilita. Resultado: sufrimient­o, dolor y muerte permanente.

Otros sectores de la humanidad optan por el camino de la no violencia y del diálogo. Ruta complicada, difícil pero garante de una resolución pacífica del conflicto y garantía de una convivenci­a armónica de más largo aliento.

La convivenci­a en paz se aprende. La educación es el mejor instrument­o. Pero esa educación no solo es responsabi­lidad de la escuela. Los padres y madres, el presidente, los ministros, los alcaldes, el periodista de radio, la estrella de TV y los maestros deben compromete­rse, con su ejemplo, a enseñar el respeto a los demás y así mismos, a valorar la diversidad, a entender que es mejor la complement­ariedad que la humillació­n y el insulto.

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