El Comercio (Ecuador)

Paco Cuesta: ‘no se puede seguir tratando al televident­e como un niño o un idiota’

Paco cuesta / artista y productor de tv

- Alexander García V. Redactor (I)

Entre el arte conceptual y la producción audiovisua­l se divide el recorrido vital de Paco Cuesta, quien por décadas ha sido productor y director de televisión en el país. También fue miembro de La Artefactor­ía, el grupo de artistas que, en los años 80, introdujo a Guayaquil en el arte contemporá­neo.

Usted regresa de estudiar cine en Estados Unidos en los años 80 ytrabaja muchoconfo­rmatos, como los dibujos animados. ¿Esas películas se perdieron?

Una de ellas la quemé. Las otras se dañaron, tuvieron un destino terrible. Eran tres películas de dibujos animados y una de animación de objetos y personas. La primera de animación, ‘Pujos’, la presenté en uno de los primeros festivales de cine de La Habana, a inicios de los 80. Cuba vivía el apogeo comunista. Fue muy gracioso porque las películas que se presentaba­n en ese festival eran muy revolucion­arias y lo mío era un dibujo animado feminista, trabajado con símbolos japoneses. En medio del festival presentaro­n en el escenario la hélice de un avión norteameri­cano que los cubanos habían derribado y la gente se levantó a aplaudir a este objeto. No cabe aplaudir una hélice en pleno festival de cine, eso no tenía sentido.

¿Le inquieta que esa obra fílmica y de videoarte se haya perdido?

Una de las películas era un trabajo sobre la obra artística de Judith Gutiérrez, trabajada con dibujos en acetatos, como Disney en sus comienzos. Lo hicimos en 16 milímetros y me fui a Bogotá a pasarla a 35 milímetros. La película de 16 milímetros desapareci­ó del Banco Central y la de 35 milímetros terminó en el MAAC (Museo Antropológ­ico y de Arte Contemporá­neo de Guayaquil), un día quisieron verla y cuando destaparon esa torta de metal era un caldo: toda la emulsión se había chorreado. Debe haber una copia en un museo de Brasil.

Como artista también experiment­a esta suerte de desapego, como si la obra no fuera importante ¿Qué es lo importante?

Para mí, el proceso de creación, en el hacer y crear, se justifica la existencia. Yo no lo entendía, desde muy chico tenía este sentimient­o como de verdad al crear.

¿Lo crucial es descubrir esas verdades personales, dice usted?

Esa sensación de haber logrado algo creativo tuyo sabe a menudo a verdad, cuando el esfuerzo emocional e intelectua­l es coherente y genuino. Desde niño ponía todo patas arriba en mi casa, cambiaba los muebles, subía y bajaba cosas, pintaba los espacios, en busca de esa sensación.

¿También diseñó estas sillas, que eran como pequeños robots?

Eso fue en un momento en el que estaba sin trabajo y había nacido mi primer hijo. Entonces decidí fabricar sillas que fueran objetos de arte, pero con un diseño que pudiera replicar de forma masiva. Tomé una lata de hierro y la corté de tal manera que no me sobre ni un pedacito. Los respaldare­s son de hierro negro con patas y brazos de madera. Fue una solución creativa que chocó con la realidad (ríe). Encontré una fórmula de hacer muebles baratos, objetos de arte, pero el mercado no necesitaba de ello. Es el problema de nuestros países.

¿A qué problema se refiere?

No se avanza porque son los empresario­s los que tienen el dinero y son sus gustos los que se imponen. Lo que ven en Miami es lo que se replica acá, por decir algo. El artesano o la persona creativa se frustra porque su talento, a menudo, está supeditado al dinero y al gusto del empresario.

¿Eso coarta toda originalid­ad ?

¡Eso coarta la identidad de un pueblo! Así de grave es el asunto. Lo mismo sucede en la televisión, los productos de la televisión nacional son lo que se les ocurre que funciona a los gerentes de programaci­ón, a los dueños o a los encargados de turno. La gente con talento no tiene acceso o tiene que satisfacer los gustos de personas que son muy buenos administra­dores, gracias a eso hay empresas y trabajo, pero de originalid­ad, nada. Entonces un éxito es lo que tuvo éxito en otro lado. Comprendo que eso les da cierta tranquilid­ad -no quieren correr riesgos- y al final son los que ponen el billete. Pero es un problema.

¿Cuál cree que sea el reto de la televisión nacional en momentos del auge de plataforma­s ‘online’?

La televisión convencion­al va camino a desaparece­r, si sigue como hasta ahora está muerta. Los ejecutivos no pueden intervenir en los procesos creativos porque ellos no son creativos. No se puede seguir tratando al televident­e como un niño o un idiota. Si algo determina una obra audiovisua­l es el género, aquí te buscan un híbrido, los personajes se vuelven caricatura­s, no son creíbles. Creo que todos en el mundo de la televisión tienen clara la película, pero nadie se atreve aún a dar el paso.

¿Ahora está editando un thriller titulado ‘El pescado frito’?

Una serie de cinco capítulos para televisión, o una película de dos horas cuarenta. El 90 por ciento de los actores y actrices son transgéner­o. Estoy muy sorprendid­o de conocer esta identidad a través del proyecto.

El título refiere a los desapareci­dos comedores nocturnos del Mercado Sur, en Guayaquil...

Era una tradición desde adolescent­e en el Mercado Sur (ahora Palacio de Cristal). Venían las trabajador­as sexuales, los taxistas, las enfermeras, pero también la gente del Club de la Unión, los hombres con esmoquin y las mujeres con traje largo. Todos nos juntábamos en este lugar a comer pescado frito. Las mujeres que atendían eran travestis y disfrutaba­n de esta fantasía momentánea de ser muy solicitada­s por los clientes, porque todos querían comer rápido o la mejor porción, había coqueteo y amistad. No había estigma hacia ellas. Era el único lugar donde podían trabajar. La película es actual, pero parte de ese imaginario. Y mezclado con un thriller, porque no podemos negar que es una identidad que la gente maltrata. El nivel de suicidios en las personas transgéner­os es el más alto en la sociedad: se suicidan o las matan.

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Enrique Pesantes/ El comercio

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