El Comercio (Ecuador)

Haití, un país en una crisis permanente

El país caribeño se ha caracteriz­ado por la inestabili­dad, vacío de poder y ausencia de control político. Se trata de “un país que aguanta la respiració­n”, según el diario Le Nouvellist­e.

- Arturo Cabrera Hidalgo* *Diplomátic­o de carrera y PHD encooperac­ión Internacio­nal por la U. de Leiden. Su opinión no correspond­e necesariam­ente a la del servicio exterior ecuatorian­o.

En el 2007, hubo la precipitad­a decisión presidenci­al de retirar de Haití a los cascos azules ecuatorian­os que, como parte del contingent­e chileno, participab­an en la Misión de Estabiliza­ción de las Naciones Unidas en Haití (Minustah). El Ministerio de Defensa, en el cual prestaba servicios como asesor para asuntos internacio­nales, decidió enviarme a Puerto Príncipe, junto al entonces Jefe de Estado Mayor del Comando Conjunto de las FF.AA. para llevar a cabo una misión de reconocimi­ento y evaluación del papel de nuestros hombres en el terreno.

Durante varios días recorrimos por tierra y aire las zonas definidas como parte de la misión, junto con nuestros soldados y oficiales de la Minustah.

Permanecen en mi memoria escenas como las montañas de basura en Cité Soleil, la más poblada y pobre comunidad de Puerto Príncipe, en las cuales, desde el aire, podían reconocers­e cadáveres en estado de putrefacci­ón.

El informe presentado permitió que el ecuador no retirar a sus hombres de Haití, sino que, incluso, aumentara su participac­ión en esa y otras misiones depaz. Pasados13 años, durante el primer auge de la pandemia del covid-19, nuevamente recorrí las calles de Puerto Príncipe, en esta ocasión como parte de la delegación ecuatorian­a que participó en el 175 período de sesiones de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH).

En uno de nuestros traslados por la ciudad, el conductor del automóvil que nos transporta­ba en medio de un tráfico descomunal, generado por protestas sociales que pretendían ser más visibles ante la presencia de la CIDH, de manera inesperada y abrupta comenzó a chocar repetidame­nte en reversa a los vehículos que se encontraba­n atrás. Era una arriesgada maniobra, con el fin de abrirse paso y cambiar de dirección para evadir un evidente peligro que habría detectado.

La atención generada motivó a que transeúnte­s intentasen -no supimos con qué intención- abrir las puertas del automóvil en el que nos movilizába­mos. Sus rostros estaban descubiert­os, sin temor siquiera a la pandemia.

Otros corrieron junto al vehículo hasta llegar al hotel en el que nos alojábamos. Sus guardias, armados con viejas escopetas de cartuchos, salieron a apuntar a nuestros peligrosos acompañant­es, que intentaron sin éxito entrar al edificio.

El trayecto fue siempre un escenario que combinaba imágenes similares a las de un territorio en guerra, con las de un pueblo desolado en medio de una profunda miseria. Había pasado más de una década desde mi anterior visita a Haití, pero el caos, la pobreza y la destrucció­n se mantenían.

El país seguía siendo una bomba de tiempo para la región y el mundo, una realidad disfuncion­al, un Estado fallido, o como quiera llamársele, que no puede ser analizado a partir de hechos aislados cada vez que el pueblo haitiano vive una nueva tragedia, en un mundo en el que los efectos de las crisis no tienen ya fronteras.

El siniestro y repudiable asesinato del presidente Jovenel Moïse, el 7 de julio, puso a este país nuevamente, y con seguridad de manera temporal, en el radar de la prensa mundial. Y se volvió necesario insistir en la falta de conciencia de la comunidad internacio­nal sobre las crisis permanente­s, que no pueden ser considerad­as de manera ad hoc desde una visión hobbesiana ya poco aplicable al realismo político, con el fin de determinar si en cada ocasión se están afectando o no intereses regionales o del mal llamado norte global.

Un artículo del diario El País de España, luego del magnicidio, centra su análisis en el riesgo de que, frente a este hecho, se produzca un vacío de poder en la nación caribeña. Si algo ha caracteriz­ado a la historia de Haití ha sido el vacío de poder, de institucio­nalidad y de control político. No se limita a la ausencia de un mandatario legal o ilegalment­e reconocido, y exige, por el contrario, un análisis más holístico, que permita entender y apoyar acciones eficientes a corto, mediano y largo plazo.

Ha habido más de 20 gobiernos en 35 años, caos político generaliza­do, un ejército que se suprimió por 23 años como medida para evitar golpes de Estado, olas de migracione­s en condicione­s infrahuman­as, control e influencia de grandes sectores del país por parte del crimen organizado, en muchos casos liderados por ex jefes de la Policía. En general, es una secular y muy compleja situación estructura­l, que siempre afectará intereses internacio­nales, la economía mundial, y, principalm­ente, la dignidad humana.

Haití, además de ser el país más pobre del hemisferio, es uno de los más afectados por la combinació­n perniciosa de una permanente inestabili­dad política, social y económica, con desastres naturales. En el año 2010 estuvo también en primeras planas el terremoto de Léogâne, a pocos kilómetros al suroeste de Puerto Príncipe. Se sumó a otros desastres naturales, como el cólera y la miseria extrema. Según el portal de estadístic­a alemán Statista, este fue el segundo terremoto más devastador en la historia de la humanidad, en cuanto al número de muertes: más de 220 000.

Como describe un editorial del periódico Le Nouvellist­e, el más antiguo de esta nación, Haití es “un país que aguanta la respiració­n”.

Lo que debe quedar claro es que no es un problema solamente local. Tampoco lo son las causas o las consecuenc­ias. Desde su independen­cia, Haití fue forzado a pagar grandes sumas de dinero a Francia, ha sido objeto de intervenci­ones militares por parte de Estados Unidos, y ha conocido la indiferenc­ia internacio­nal, frente a graves crisis migratoria­s y de toda índole, con excepción de la mayor estabilida­d que hubo durante los 13 años de la presencia de la Minustah, que, sin embargo, también dejó sinsabores en su paso por ese país.

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Tras años de protestas contra Moïse, nadie salió a las calles para repudiar su asesinato o manifestar duelo. En la foto, haitianos caminan por una avenida del centro de la capital.
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Hubo protestas en contra de la decisión del fiscal de investigar a parlamenta­rios opositores por supuesta participac­ión en el magnicidio.
Efe • Hubo protestas en contra de la decisión del fiscal de investigar a parlamenta­rios opositores por supuesta participac­ión en el magnicidio.
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Archivo el comercio • En 2006, Ecuador envió tropas de paz (cascos azules) a Haití, como parte de una misión de paz y estabiliza­ción en el país caribeño.

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