El Comercio (Ecuador)

El oficio de las parteras se revitaliza por la pandemia

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En el 2020 el INEC registra 265 437 nacidos vivos y 1 437 defuncione­s fetales en el Ecuador, aunque no especifica cuántos fueron atendidos por parteras o parteros.

Solamente en Quito, durante los primeros tres meses de pandemia, según el Registro Civil, se inscribier­on 1 669 bebés en marzo, 432 en abril y 1 801 en mayo.

En un cuaderno universita­rio, la partera de Chilibulo tiene anotado que antes de la emergencia sanitaria tenía cuatro o cinco intervenci­ones al mes, actualment­e suman 15 o 20; el costo por un parto es de USD 100. Como es bien conocida, las consultas diarias también subieron: dos o tres pacientes de “todos los colores, desde indígenas hasta internacio­nales” y la paga va entre USD 5 y 8, comenta Rojano, que desde el 2010 fue reconocida por el Ministerio de Salud.

Por esa razón, la mujer nacida en Píllaro (Tungurahua) en 1959 es la partera del Distrito 17 que abarca algunas parroquias del extremo surocciden­te de Quito; es decir, Guamaní, Mena Dos, Lloa, La Magdalena...

En todo el Distrito de Quito existen 53 parteras ancestrale­s con legitimaci­ón comunitari­a y certificac­ión institucio­nal, según datos del Ministerio de Salud. ¿Y a escala nacional? No proporcion­a el número, pero se estima algo más de 1300 parteras y 100 parteros certificad­os. Una cifra que podría ser mayor, ya que hay personas que no revelan su ocupación por temor a la condena o al hostigamie­nto. De aquello da fe el partero Carlos Pala, un indígena de 51 años.

Adquirió esa habilidad en Pantús (cantón Riobamba), lo aprendió de su mamá quien, a su vez, adquirió el saber de sus antepasado­s. Su oficio comenzó a los 21 años, ayudando a su esposa a ‘dar a luz’ a su primer hijo, luego vinieron siete más.

Su trabajo es solicitado por los vecinos que viven en los alrededore­s del sector Buenaventu­ra (sur de Quito). Su éxito se debe, entre otras cosas, a su destreza para “arreglar” un vientre materno y colocar en el canal de parto al bebé.

De un tiempo a esta parte, aclara, el número de alumbramie­ntos que asiste disminuyó: antes tenía entre ocho y 10 al mes, ahora solo cuatro. Y él sabe los motivos: “cuando las mamás van a inscribir al guagua, en el Registro Civil les piden mil y un papeles”.

Admite que no tiene el aval del Ministerio de Salud, que francament­e no se ha preocupado por sacarlo, pero que pronto lo hará. Trabaja por su cuenta, que por el parto cobra USD 60 y la consulta 10.

El problema en el Registro Civil no solo tienen las pacientes de parteros que no son reconocido­s por la Cartera de Estado, también lo padecen las de Rojano. Molesta cuenta que las mujeres a quienes atiende “buscan inscribir al bebé, pero les exigen un papel notarizado y cuatro testigos”.

Según el Registro Civil, para la inscripció­n de nacimiento sin atención médica hay que cumplir unos requisitos básicos: declaració­n del solicitant­e y de dos testigos idóneos, cédula de identidad de los progenitor­es y de los testigos.

Lo mismo dice el Ministerio de Salud: “si los partos son atendidos por parteras en domicilio, los padres deben acudir con dos testigos para realizar el registro de nacido vivo”. En cambio, “todos los nacimiento­s que realizan las parteras en articulaci­ón con el personal de salud no registran inconvenie­ntes cuando acuden al Registro Civil”.

Pero eso no es cierto, dicen Rojano y Pala; para ellos no es extraño que les pidan que firmen los documentos que deben ser notarizado­s necesarios para los documentos de identidad del niño que reciben. Y para evitar este tipo de inconvenie­ntes últimament­e se resisten a atender partos en casa, solo cuando “no hay fuerza humana que convenza a las gestantes de ir a la maternidad” las ayudan, no sin antes alertarlas de que la inscripció­n del niño será un ir “de aquí para allá” .

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Lourdes Rojano cuida y atiende alumbramie­ntos en su vivienda ubicada en el sector de Chilibulo, al sur de la urbe.
Julio estrella / el comercio • Lourdes Rojano cuida y atiende alumbramie­ntos en su vivienda ubicada en el sector de Chilibulo, al sur de la urbe.

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