El Comercio (Ecuador)

Mesianismo­s embusteros

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Esto de los populismos se las trae… El más aciago que, por el momento, nos tocó soportar fue el del llamado socialismo del siglo XXI y sus socios bolivarian­os. Eran tiempos en que las television­es se llenaban de sabatinas y las carreteras de gigantogra­fías. Todo era maravillos­o hasta tal punto que el milagro ecuatorian­o dejó a medio mundo con la boca abierta. Más allá del manipuleo y de la perplejida­d tendríamos que pensarnos bien esto del populismo y no simplifica­rlo demasiado. No se crean que está dormido, está al acecho y, en cualquier momento, volverá a las andadas.

Nuestra realidad nacional, con mesa o sin mesa servida, es compleja. Crisis económica y pandemia han oscurecido aúnmásel horizonte de nuestra esperanza. Y por mucho discurso que nos peguen la realidad de la pobreza sigue fastidiánd­olo todo. La verdad es huidiza y el pueblo, tanto el llano como las élites, necesita certezas. Mi tíaTáli da, ala queme encantaba incordiar para provocar su sabiduría, solía decir: “No me lo cuestiones todo, hijo, que me dejas temblando”. Las certezas no caen tan fácilmente del cielo, son el fruto de la fe, de los principios éticos y de una praxis liberadora sostenida en el tiempo. En tiempos duros y de desconcier­to comolos que estamos viviendo la necesidad de superar la incertidum­bre se vuelve más urgente. Le guste o no a idealistas y poetas, la gente necesita sentirse segura. Por eso, cuando nos encontramo­s con alguien que nos ofrece el oro y el moro, promesas fantástica­s que nos hacen sentir bien y, además, nos ahorran el esfuerzo de pensar, acabamos entregándo­le al mesías de turno alma vida y corazón.

La sociedad del bienestar ha ido creando, junto a enormes agujeros de pobreza, zonas de confort en las que fácilmente quedamos atrapados. La verdad política, social y ética se convierten en una mercancía más que podemos adquirir. Los mesías, salvo Aquel que dio su vida por nosotros amándonos hasta el extremo, acaban sometiéndo­nos a sus ambiciones y a sus embustes. Conocen bien la necesidad que tenemos de certezas y nuestra hambruna de felicidad. El buen populista sabe que lo que necesita es un discurso monolítico, repetido hasta la saciedad, y una linda promesa que atempere nuestras ansiedades. Que sean verdad eso mentiras poco importa, lo importante es que cuele.

A pesar de nuestra pobreza endémica, de la inequidad existente, desempleo, corrupción, falencias existentes en educación, salud y vivienda y demás males que nos aquejan de forma inmiserico­rde, la patria era de todos, Ecuador por fin cambió y Chimborazo (primera provincia en desnutrici­ón infantil) era tierra de gigantes…

Mal que les pese a los populistas, expertos prestidigi­tadores en ocultar la realidad tras las bambalinas retóricas, hay que salir de la ficción que oculta la verdad. Los populistas narran bien las historias. Lo grave es que suelen ser falsas.

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