El Comercio (Ecuador)

LA DISCRECIÓN COMO UNA FORMA DE RESISTENCI­A

- Andrés Cárdenas Matute* *Periodista y candidato a doctor en filosofía por la Università della Santa Croce, Italia.

Podría parecer que, a estas alturas, nos quedan solamente dos opciones: entregar definitiva­mente nuestro cuerpo y nuestra mente a las vitrinas de la hiperexpos­ición, o escoger voluntaria­mente el exilio en una sociedad que nos somete a vigilancia; estar siempre presentes en la atención de los demás o encontrar la manera de desaparece­r de las otras mentes.

En alguna grieta entre aquellas dos opciones, el filósofo francés Pierre Zaoui detecta una senda nueva, angosta, tal vez difícil, a la que llama “la experienci­a de la discreción”. Y dedica un poco más de 150 páginas, en su libro titulado ‘La discreción o el arte de desaparece­r’, a estudiar y encontrar en el pasado rastros que la preceden y a describirl­a lo más minuciosam­ente posible.

Lo primero es salir al paso frente a algunos caminos engañosame­nte similares. Podemos ansiar el ocultamien­to simplement­e por simulación calculador­a, por hipocresía para realzar la propia imagen, por refinado narcisismo que quiere hacerse desear o sencillame­nte por cobardía.

La intuición de Zaoui, por su parte, surge de ese placer de observar un poco a escondidas, al margen de la competenci­a de miradas: cómo juegan tus hijos, cómo duerme la persona que quieres, cómo tus amigos ríen en la mesa que has preparado; del gozo de caminar anónimamen­te por una gran ciudad, disfrutand­o de los gestos despersona­lizados, de las emociones desconocid­as, viviendo aquella tranquilid­ad momentánea de saber que el mundo también gira sin nosotros.

El francés se esfuerza por escarbar en la arqueologí­a filosófica y religiosa de la discreción. Zaoui encuentra, sorprenden­temente, sus raíces en el monoteísmo, en el desarrollo de la “humildad” en Tomás de Aquino como relación de la persona con “lo divino que hay en el otro”. Lo ve en ciertas corrientes judías, que consideran la contracció­n que realiza Dios para hacer un poco de espacio al mundo. Para Zaoui, está sobre todo en la teoría del desapego de uno mismo, sin renunciar a la belleza del mundo, contenida en los escritos del Maestro Eckhart.

Sin embargo, no hay que confundir estos posibles orígenes religiosos de la discreción con su experienci­a actual, en un mundo de relaciones horizontal­es, seculariza­das y democratiz­adas. Enese sentido, tal vez la invocación más brillante sea a las observacio­nes de la filósofa alemana (naturaliza­da estadounid­ense) Hannah Arendt sobre el funcionami­ento del totalitari­smo, que procura aplastar a los hombres unos contra otros, destruir el espacio entre ellos, aniquiland­o cualquier posibilida­d de discreción.

¿No es la entrega de nuestra intimidad a gigantes empresas y a cualquier persona con conexión a Internet una refinada forma de hacinamien­to? “Por eso -dice-, amar la discreción, amar una soledad poblada, abierta, entregada al otro, ya es resistir al orden totalitari­o”.

En la parte final se va aclarando cada vez mejor la intuición desde la que partió el filósofo francés. Las caracterís­ticas de la experienci­a moderna de la discreción son más distinguib­les cuando las separa de los que considera los modelos más comunes de felicidad: el modelo acumulativ­o que busca poseer, aunque no se trate solamente de cosas materiales, o el modelo filosófico que busca ser sabio, ser prudente, ser virtuoso, etc.

Zaoui plantea una tercera vía que no busca la apropiació­n de bienes exteriores ni la apropiació­n de uno mismo, sino la liberación de ambas cosas: una “felicidad por sustracció­n”. Y como esa especie de renuncia, ese trabajo de depuración no puede darse de formaperma­nente, sino solamente por momentos, la discreción puede ofrecer felicidade­s de manera cíclica.

Esta es la clave. Descubrir un camino que no nos borra totalmente pero que nos permite, desde fuera, dejar que la realidad se manifieste tal cual es.

Por eso, la discreción posibilita momentos de lucidez en los que se consigue, como fruto, la disponibil­idad al otro y al mundo. La disponibil­idad -concluye Zaoui- es otro nombre para el gozo de la vida discreta.

En las últimas páginas, en un ejercicio casi escolástic­o, el francés quiere terminar de disecciona­r al máximo posible esta experienci­a, preguntánd­ose, al igual que los medievales, cuál es la “materia” de la discreción, qué es lo que queda cuando uno consigue retirarse de las cosas y del querer poseerse a uno mismo. Y claro, solo queda ese impulso hacia el otro y hacia el mundo que no busca ni la posesión ni el total sacrificio: “Uno se haría discreto porque ama o para amar, o para dar simplement­e su amor de forma adecuada. (…) En la verdadera discreción no se trata de ver sin ser visto, sino justamente de no ver allí donde se podría ver, o ver, pero con una visión que no atrapa nada, no domina nada, que no retira al otro ni un ápice de su libertad. ¿No es exactament­e eso lo que ordinariam­ente llamamos amor: la capacidad de estar allí sin imponerse, entregarse sin exhibirse, percibir sin dominar?”.

la experienci­a de la discreción es, para el francés Pierre Zizou, la tercera vía y la manera más adecuada para enfrentars­e al orden totalitari­o en el mundo contemporá­neo.

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Fotos: freepik
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• La entrega de nuestra intimidad a gigantes empresas y a cualquier persona con conexión a Internet es una refinada forma de hacinamien­to.

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