El Comercio (Ecuador)

Lecturas de segunda vuelta

- Rodrigo Fierro Benítez rfierro@elcomercio.org

Este artículo de opinión en homenaje a Eliécer Cárdenas, del austro ecuatorian­o, extraordin­ario relatista, fallecido hace pocos días. En mi larga vida de lector, por hábito y en afán de neutraliza­rle al tedio, pues vivo en una franciscan­a ciudad, he ido trajinando por los senderos de las certezas y de los cuestionam­ientos. Cómo no estar de acuerdo con Benjamín Carrión cuando argüía que los latinoamer­icanos no escribíamo­s novelas sino relatos: los personajes los encontramo­s a la vuelta de la esquina. Por el contrario, ‘literatura e identidad’, una de las certidumbr­es de los críticos literarios de nuestro país, me parecía aberrante, ¿Cuál la identidad de El Quijote? ¿Cuál la identidad de la Divina Comedia? Si de identidad nacional hablamos es procedente que recordemos la opinión del ilustre Aurelio Espinosa Pólit: la identidad está dada por la obra de sus historiado­res, sus literatos, sus científico­s, en el entendimie­nto que la identidad de un país no es una línea recta de continuida­d en el tiempo: el caso de México es clarísimo.

A lo que voy. Fue Marcelo Chiriboga, personaje ficticio, quien nos representó en el ‘boom’ latinoamer­icano, gracias a la ocurrencia de Carlos Fuentes, mexicano, y José Donoso, chileno. Los ecuatorian­os reaccionam­os: Javier Izurieta filmó un documental, incluido un reportaje, sobre aquel fantasma. En una suerte de biografía escrita por Diego Cornejo Menacho (“Las segundas criaturas”, 2010), inclusive se llegó a la casa solariega de los Chiriboga en uno de los confines de la provincia de Chimborazo. Allí se encontró con la hermana de Marcelo, la memoria que quedaba de aquella familia. Cornejo Menacho llegó al sitio en donde Marcelo Chiriboga estaba enterrado. Lo referido desató la retórica de nuestros críticos literarios; todos a una: “identidad (la nuestra) y literatura”. Tanto más que Ecuador apenas era una línea imaginaria, en opinión de Enrique Adoum. Son las razones que me impulsaron a leer aquellos relatos y alguna novela que en su momento me parecieron excelentes. En esta segunda vuelta pocas quedaron en pie: “A la Costa” (1904), Luis A. Martínez; “Un hombre muerto a puntapiés” (1926), Pablo Palacio; “Huasipungo” (1934), Jorge Icaza; “Los Sangurimas” (1934), José de la Cuadra; “Cruces sobre el agua” (1946), Joaquín Gallegos Lara; “Polvo y Ceniza” (1979), Eliécer Cárdenas. No llegué a más…

Tal ejercicio me ha permitido sostener que ‘literatura e identidad’ es una opinión sesgada con la que nuestros críticos literarios pretenden justificar sus limitacion­es. Lo apropiado sería estudiar una obra literaria en el contexto de una ‘circunstan­cia’, en el sentido que Ortega y Gasset le daba al término. Viene en mi auxilio la estupenda novela de Erico Veríssimo “El Tiempo y el Viento” (1961): la circunstan­cia, las historias del brasileño Rio Grande del Sur.

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