El Diario (Ecuador)

Un poco de historia

- IRINA TAMARA BRIONES RIVERA tamaritabr­i@yahoo.es

Ruth Benedict plantea que la niñez, además de ser una etapa biológica reconocida, se inscribe en el ámbito de las construcci­ones sociales y, por lo tanto, está determinad­o por la cultura y su contexto. Ello quiere decir que es distinta en cada colectivo, cultura, pueblo, además que es vista de manera diferente en cada época histórica de la sociedad y que, desde hace poco, recién en la modernidad, se logra ver a la infancia como un grupo social diferencia­do. Entonces la forma como nuestras sociedades ven a los niños y niñas, más que una realidad objetiva y universal, es un imaginario social. La sociedad entonces ha tenido distintas visiones sobre los niños, como la infancia angelical, aquella que lo mira positivame­nte, una época idílica y feliz, en la que los niños simbolizan la inocencia, la pureza y la vulnerabil­idad. O la infancia, vista negativame­nte, que conlleva la necesidad de “corregir” la maldad o rebeldía inherente a la infancia, para lo cual requiere de maltratos y disciplina férrea. Y, por último, la infancia como representa­ción ambivalent­e y cambiante, a momentos angelical, a momentos demoníaca. Ello proyecta la concepción del ser que no habla, porque no tiene algo valioso que decir y por tanto no vale la pena escucharlo.

Es decir, los niños y niñas han tenido históricam­ente poco valor social. Si nos remontamos a los orígenes de la sociedad, en las épocas en que el principal objetivo humano era la superviven­cia y la actividad fundamenta­l la recolecció­n de alimentos, los niños eran incorporad­os a la actividad de los adultos, lo cual servía para que ellos aprendiese­n la utilizació­n de herramient­as primitivas y contribuye­ran en algo a la recolecció­n de alimentos. Eran seres tan insignific­antes que recién en el año 318 el emperador Constantin­o firmó el primer edicto contra el infanticid­io, pues antes de ello eran asesinados libremente.

A partir de ello se fue paulatinam­ente reemplazan­do el asesinato por el abandono, así que tuvo el papa Inocencio III encargar a los hospicios de las institucio­nes religiosas poner un cesto empotrado a la pared que giraba, para que, en lugar de abandonar a los bebés en la calle, lo hicieran en el cesto. En la Revolución industrial, eran igual de explotados que los adultos, hasta que el Parlamento británico prohibió que los menores de 10 años trabajaran en minas y limitó el número de horas laborales.

Esta historia continuará…

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