EL ‘COLORADO’ DE LOS JUGOS DE COCO NO SE RINDE
PERSONAJE. POR 42 AÑOS SE HA DEDICADO A ENTREGAR LA DULCE Y REFRESCANTE BEBIDA.
Ni la pandemia del COVID ni el terremoto del 2016 han podido doblegar a Carlos Nicanor Salazar, el ‘colorado’ de los jugos de coco.
La pandemia lo cogió con más de 70 años y no se le asusta. Se coloca su mascarilla y sale con su eterna carreta a vender jugos de coco con vainilla que causan una deliciosa adicción. Arriba al centro de la ciudad cuando ve el sol brillar; su experiencia le dice que ahí la gente requiere una bebida helada para reactivarse.
Así, su fina estampa de faquir manaba baja desde el cerro de Andrés de Vera, siempre empujando la carreta llena de la secreta bebida.
Los primeros clientes aparecen en la calle Sucre, por la oficina de la Corporación Nacional de Electricidad, CNEL, donde los que hacen fila para reclamar por la planilla, retoman fuerzas con una dosis de jugo de coco con harto hielo picado. Sigue su camino hasta el
KILÓMETROS,
EN PROMEDIO, RECORRE CADA DÍA DESDE ANDRÉS DE VERA HASTA LA CATEDRAL.
parque Central, allí los dueños o empleados de los negocios cercanos saben que el ‘colorado’, como simplemente lo conocen, llega con su elixir a alegrarles la mañana.
Un vaso de la dulce bebida cuesta 30 centavos, pero también hay de 50, para los más sedientos.
CONTENTO. Don Carlos es un orgulloso de su vida, siempre está con esa sonrisa pícara de los manabitas “gatos” de ojos azules que, menciona, le ha generado problemas con novias que perdían la cordura por su estampa de actor.
Cuenta que hace 42 años llegó desde La Unión de Santa Ana, junto con su esposa Audora Macías. Como no había trabajo, se compró una carreta de jugos cuando a Portoviejo habían llegado cinco de esos artefactos desde Ambato, y la novedad era que venían equipados con un sistema de presión que permitía sacar el jugo con fuerza y espuma. Por la carreta pagó 20 sucres e increíblemente es con la que ha trabajado más de 4 décadas, no se le ha dañado ni siquiera el sistema de la bomba, “es que antes las cosas sí eran buenas”, dice con seguridad al momento de defender el pasado.
Con este trabajo logró educar a sus siete hijos. Todos son profesionales y tienen su trabajo. Ellos le piden que ya deje el negocio, que ellos le ayudan, pero el “gato” no acepta esa propuesta y en ocasiones cuando ya le dicen que no es conveniente que salga con su vehículo, se les fuga, pues asegura que tiene un compromiso con sus sedientos y golosos clientes.