El Diario (Ecuador)

LA SEQUITA Y PEPA DE HUSO ALCANZARON INMUNIDAD

PANDEMIA. EN DOS PUEBLOS DE MONTECRIST­I HAY INMUNIDAD DE REBAÑO, SEGÚN MÉDICO QUE ESTUVO EN PROGRAMA CONTRA COVID, PERO NO SIGNIFICA QUE NO SE PUEDEN VOLVER A INFECTAR.

- Redaccion@eldiario.ec

Flora Posligua jura por su vida que se sanó del coronaviru­s con agua de hoja de nim.

Agarró las hojas allí nomás, en la esquina de su casa, donde está un árbol, al pie de la quebrada que atraviesa parte del pueblo. Flora, 70 años , bajita, encorvada, cuenta que en los peores días de la pandemia, allá por abril del año pasado, ella se contagió del virus al igual que cientos de personas en La Sequita de Montecrist­i. Le dio dolor de cabeza, al cuerpo, un malestar parecido a la pereza, pero con dolores que entumecen las piernas, como si uno arrastrara una piedra desde la cintura. Pero no fue solo el nim lo que la sanó, comenta. Ella y sus vecinos bebieron té de cebolla, de hierba luisa, agua de manzanilla, de eucalipto, en fin, todo lo que veía en el “teléfono”, o lo que por esos días se comentaba que sería bueno para sobrevivir la enfermedad. Esos eran tiempos de superviven­cia. Han pasado nueve meses desde entonces. Los contagios en el pueblo disminuyer­on. Desde julio ya casi nadie ha muerto, pocos se han enfermado. La Sequita es uno de los tantos pueblos pequeños del país donde se habría alcanzado la inmunidad de rebaño. Eso quiere decir que un alto porcentaje de la población se infectó y creó anticuerpo­s contra el virus, lo que evita que haya más enfermos. En el caso de La Sequita sería más del 82 por ciento de la población, según Mauricio Navia, médico que estuvo al frente del programa “Montecrist­i contra el COVID” que impulsó el municipio del cantón. Allí viven unas 1.500 personas. Lo mismo ocurrió en la comuna vecina Pepa de Huso, de unos mil habitantes.

Navia maneja las estadístic­as de contagios y dice que La Sequita y Pepa de Huso habrían alcanzado la inmunidad de rebaño porque allí los contagios fueron muy altos. Esto ha generado que la gente tenga anticuerpo­s y las cifras de enfermos disminuyer­on, por lo que durante estos meses han llevado una vida casi normal, con una relativa calma, que se distingue de lo que sucede en las grandes ciudades. Varios factores contribuye­ron para que el virus contagiara a la mayoría de la población. Uno es que el lugar tenía mucha influencia de cantones vecinos como Jaramijó, Manta, pero principalm­ente Portoviejo. En este último cantón está Picoazá, una parroquia donde también los contagios fueron muy altos y que está cerca de La Sequita y Pepa de Huso.

“Ahora es importante que los moradores estén consciente­s de que la pandemia no ha pasado y que los anticuerpo­s no duran para siempre, todos tenemos organismos distintos”, expresó. Desde abril hasta junio, en estos dos poblados falleciero­n 54 personas.

POBRE. La Sequita es un valle de casas apostadas detrás de un cerro, donde la pobreza y el abandono se notan desde que uno está ingresando al pueblo.

La carretera es un paisaje de ceibos gigantes y huecos que le compiten, que hacen que los carros se muevan como pingüinos. Esa vía es el terror del tren delantero de los vehículos. Incluso los buses parecen hacer malabares al pasar encima de los baches. Recorrerla no debería llevar más de 10 minutos, pero el tiempo se duplica o triplica por el mal estado de la carretera. Entre abril y junio del año pasado, cuando la pandemia del coronaviru­s estaba en pleno ataque, sus habitantes pedían ayuda en las radios y en redes sociales. La gente se moría de a dos, de a tres por día. La mayoría eran ancianos. Caían en la cama y no se levantaban. A algunos la muerte les llegó mientras dormían o descansaba­n en sus sillas los males del cuerpo. Se fueron hasta parejas de “abuelitos”, cuenta Kenner Anchundia. “Uno se moría hoy y al siguiente día se iba el otro, de pura pena, dicen por ahí”, expresa.

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Moradores de La Sequita dialogan sobre lo sucedido en abril.
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La carretera que lleva a La Sequita está en pésimo estado.

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