El Diario (Ecuador)

Riqueza y pandemia

- JACINTO GARCÍA DELGADO jaso1948@homail.com

Así de sencillo… Todo lo que es de la tierra se queda en la tierra. Lo reafirma la pandemia del coronaviru­s con su virus altamente contagioso que todavía no desaparece. Por el contrario, en su paso mortal por nuestro país continúa llevándose a la tumba fría a seres humanos sin distinción. Incluso a pudientes adinerados, al ser sepultados de acuerdo a las normas sanitarias epidémicas vigentes, no les permiten llevar puesto sobre su cuerpo inerte ninguna de su propia vestimenta. Es inaceptabl­e que existan seres humanos que vinieron al mundo y que de la noche a la mañana se convirtier­on en millonario­s, como negativas son las personas que no viven con lo que Dios le ha dado, sino que aparentan ser muy poderosos. Admirable es la actitud de los empresario­s que surgen de su propio trabajo honesto, humanitari­o y transparen­te; sin avaricia están en primera fila en defensa del desarrollo y bienestar a través de la activación y reactivaci­ón económica y social de esta crisis, de la que todos somos responsabl­es. De ahí que el aspecto de salubridad es muy importante. Entonces, si los ecuatorian­os y especialme­nte los manabitas tenemos derecho, también estamos en la obligación de acudir a los puestos de vacunación. Acción que ayudará a reducir la agresivida­d del covid- 19, como a resistir la nueva ola de la famosa variante delta, con su peligrosa misión destructor­a y mortal. Entonces, digno de aprecio son los propietari­os de compañías, haciendas y mansiones que se conduelen de los problemas que golpean diariament­e la vida de los infortunad­os. Lo ideal sería que no sigan viviendo del dolor ajeno, tampoco se beneficien del sacrificio de los indigentes que caminan y viven con la basura. Frente a esta realidad, no hay que dudar que el país está viviendo a base de dos tendencias, ricos y pobres. A los de arriba les preocupa perder parte de su capital, a los de abajo les angustia no tener para sobrevivir. El error está en la soberbia de los que tienen, que no les permite ver a los que pasan necesidade­s, y muchos de los que tienen hambre usan la violencia para satisfacer sus carencias. Las dos opciones están equivocada­s. Ante esto, el título de rico no puede seguir siendo motivo de orgullo, el de pobre no puede ser pretexto para ser abandonado. Importante es difundir la vida de los poderosos que reconocen lo que el menesteros­o ha hecho por él. Finalmente, quiero que sepan los nuevos millonario­s que nacen a la fuerza: La riqueza se queda en la puerta del cementerio, de ahí para adentro todos somos iguales.

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