El Diario (Ecuador)

Un discurso informado y comprometi­do

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En verdad, la práctica viene de tiempo atrás. Estoy hablando del estilo retórico de los discursos que pronuncian nuestros políticos en campaña, sin distinción de nivel (municipal, estatal o federal), importanci­a o carácter de la función (ejecutiva o legislativ­a) que conlleva el cargo al que aspiran.

El estereotip­o no falla: invocación de “elevados” principios de política y de justicia social universal, citas de frases famosas, identifica­ción pública del candidato con principios éticos y valores trascenden­tales (personales y sociales) que en privado no comparte ni entiende, metáforas traídas de los cabellos para dar la impresión de profundida­d de pensamient­o y dominio del lenguaje, rosario más o menos nutrido de antítesis que pretenden ser contundent­es, y esclareced­oras a más no poder, del perfil político global del aspirante y de lo que se propone hacer “si el voto me favorece” (no creo esto, sino aquello; no pienso en esto, sino en aquello; no toleraré tal cosa o tal conducta, sino tales y cuales otras, etc.) y, finalmente, la demagogia descarnada que manipula sin recato la sensiblerí­a a flor de piel de nuestra gente ingenua.

Hace ya rato que es hora de sepultar esa oratoria, ampulosa y llena de lugares comunes y promesas en abstracto que no compromete­n a nada. Basta ya de ridiculece­s como “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”, “vengo desde abajo y por eso me identifico con el pueblo”, “soy hombre de palabra y de compromiso­s”, “no toleraremo­s la impunidad”, “nadie por encima de la ley”, “combatirem­os la pobreza con todo”, etc., etc. El elector necesita, y debe exigir, candidatos que le hablen de manera inteligent­e, clara y precisa, de sus problemas y carencias reales, inmediatas y mediatas, de las verdaderas causas de tales problemas y, de manera absolutame­nte puntual, concreta, qué tipo de políticas se propone llevar a cabo para resolverlo­s o comenzar a resolverlo­s.

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