KOSTENKO, EL RUSO QUE VENDE GOLOSINAS
JIPIJAPA. EL MOSCOVITA Y SU FAMILIA SE DEDICAN A VARIAS ACTIVIDADES EN EL CANTÓN.
Sus ojos verdes no disimulados por sus lentes y su acento “arenoso” donde destaca la erre, llaman la atención.
Se trata de un ruso, de 1,82 metros de estatura y 30 años, que ya es una estampa del casco comercial y administrativo de Jipijapa. En esa ciuda recorre las calles con parsimonia, una perenne sonrisa, y una bandeja de plástico donde lleva mentas, caramelos y galletas de chocolate que vende entre 5 y 25 centavos.
Con una paciencia de europeo, el moscovita ofrece sus golosinas en cada esquina. “Senorrita quierre unas mentas”, le dice a una muejr que lo mira fijamente, saca unas monedas y le compra aún dudando si esa es su forma de hablar natural o se le está burlando. Luego cuando mira sus facciones, comprueba que sí es un extranjero. Quienes ya lo conocen y saben su origen lo identifican solo como Kostenko, que es su segundo apelli
1,82 METROS
DE ESTATURA TIENE EUGENY KOSTENKO, UN CIUDADANO RUSO QUE LLEGÓ A ECUADOR HACE 15 AÑOS.
do, otros lo latinizaron y le dicen Eugenio, aunque su nombre es Eugeny Ebrekun Kostenko.
ORIGEN. Cuenta que hace 15 años, cuando aún era un adolescente, sus padres debieron salir de Moscú, la fría ciudad donde residían.
Al preguntarle por qué lo hicieron, solo resume que “en busca de tranquilidad”, aunque adelantó que no comparten con las políticas del presidente de ese país.
Así llegaron a Latinoamérica donde escogieron Ecuador, específicamente la ciudad de Guayaquil para vivir, pero indicó que no se adaptaron al ritmo y calor de esa ciudad y luego se establecieron en Manta donde empezaron a ganarse la vida y él a estudiar. Entonces le asignaron un cupo para la carrera de laboratorio clínico en la Universidad del Sur de Manabí (Unesum) y empezó a viajar cada día desde Manta a Jipijapa.
A los pocos días le contó a don Ebrekun y a doña Kostenko que se trataba de una ciudad bonita, coqueta, y con un clima muy agradable, sobre todo fresco.
Entonces sin dudarlo se pasaron a vivir allí, donde ya se graduó de laboratorista.
En Jipijapa, además de la venta de golosinas que realiza cada día, la familia se dedica a criar chivatos, cuya leche milagrosa venden en la casa.
También hacen dulces caseros rusos y Eugeny da clases de inglés y de ruso a quien guste de aprender ambos idiomas.
En ese intercambio cultural, también el extranjero aprende español.