La misión de la iglesia: trabajar por el pueblo
El Ecuador ha vivido días muy difíciles, caracterizados por la violencia y la división entre hermanos. Después de numerosas peticiones, los movimientos sociales y el Gobierno Nacional se sentaron a dialogar para buscar soluciones justas y oportunas ante la crisis social, privilegiando la atención a las necesidades del pueblo, que clama justicia, trabajo, alimentos, medicina, educación y una vida digna para todos.
La Conferencia Episcopal Ecuatoriana, a petición de las partes, aceptó ser mediadora en el conflicto. Gracias a Dios, a la paciencia y la sabiduría de quienes mediaron, se llegó a firmar un acuerdo que posibilitó recuperar la paz social que tanto clamamos durante 18 días. La Iglesia cumplió así con su papel de servir al pueblo de Dios. Hizo, como buena madre, lo que tenía que hacer: buscar la reconciliación entre sus hijos. Con paciencia y oración, todo es posible.
Cuando suceden estos acontecimientos, algunos piensan que la Iglesia sale de su ámbito espiritual de acción cuando interviene en temas sociales, porque creen que su labor se limita al campo litúrgico y a la catequesis, olvidando la pastoral social, ampliamente desarrollada en la doctrina social de la Iglesia. Cabe recordar lo que nos enseña uno de los documentos sociales del magisterio eclesial más conocidos en el mundo, me refiero a la Encíclica “Mater et Magistra”, de San Juan XXIII.
Recuerda el Pontífice que la Iglesia tiene una doble misión encomendada por su Fundador: engendrar hijos a la fe, educarlos y orientarlos con maternal solicitud, defendiendo su dignidad. El amor a la humanidad impulsa a la Iglesia a predicar la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Por vocación, los cristianos tenemos que ser testigos y ejemplos de comunión, solidaridad y fraternidad. La Iglesia se preocupa de las necesidades que la vida diaria plantea a los hombres.
Al realizar esta misión, la Iglesia cumple el mandato de Cristo, quien, al contemplar la multitud hambrienta, exclamó conmovido: «Siento compasión de esta muchedumbre» (Mc 8,2), demostrando que se preocupaba también de las necesidades materiales de la gente. El Redentor manifestó este cuidado no sólo con palabras, sino con obras, multiplicando los panes y los peces (Cf. Mater et Magistra, nn.1-9).
Nada, pues, tiene de extraño que la Iglesia Católica se preocupe por el bienestar material del pueblo, como parte de su obra evangelizadora. Así une armoniosamente las enseñanzas y la práctica del mutuo amor, a través de la acción social, sintiendo como propios los daños, los dolores y las aspiraciones de los humildes y de los oprimidos.
Después de tantos días de tensión e incertidumbre, todos hemos aprendido que solo el diálogo atento y respetuoso es el camino para conseguir la justicia y la paz que tanto deseamos. Quienes gobiernan tienen que saber escuchar con atención y respeto la voz del pueblo; los ecuatorianos no podemos dejarnos manipular por ideologías, caracterizadas por el odio y la destrucción, que atentan contra la vida, el desarrollo y la integridad de las familias. Todos debemos reconocernos como hermanos, llamados a construir un país más solidario.
Nuestra sincera gratitud a la Conferencia Episcopal Ecuatoriana por su mediación eficaz en este conflicto y por el testimonio de servicio cercano a nuestro pueblo. Dios ha escuchado el clamor de sus hijos.
Los ecuatorianos no podemos dejarnos manipular por ideologías de odio y destrucción, que atentan contra la vida, el desarrollo y la integridad de las familias. Todos debemos reconocernos hermanos.
Nada tiene de extraño que la Iglesia Católica se preocupe por el bienestar material del pueblo, como parte de su obra evangelizadora.