El Mercurio Ecuador

Alegría y paz

- P. Milko René Torres Ordóñez

El recorrido del cristiano por los caminos de misión está sembrado de novedad. Los profetas del Antiguo Testamento hablan de tiempos nuevos. Dios actúa, a través de sus acciones y sus palabras, para establecer una alianza impregnada de amor, paz y justicia. Ama a su pueblo. En la realidad del Nuevo Testamento la cruz es causa de controvers­ia. Todo por Jesucristo, puesto que, con ella ganamos el premio de la libertad. El Apóstol Pablo comparte su intimidad espiritual con la Iglesia que nace. La cruz se vuelve evangelio. En ella no existe espacio para el odio. La identidad cristiana es signo de constante contradicc­ión. Seguir a Jesús es encontrar plenitud a costa de una entrega incondicio­nal a su misión. San Lucas desarrolla un programa simbólico de todo aquello que representa el anuncio del Reino de Dios. La misión de la Iglesia es un permanente viaje, ir y venir, aprender, experiment­ar, compartir, donar la propia existencia y mucho más. De hecho, Jesús predica con su ejemplo. El paso por lugares difíciles, como Samaria, que no van a aceptar con facilidad el mensaje de una buena noticia, es el mejor y eficaz campo de acción. No podemos pagar tributo por el anuncio del Reino. Toda la comunidad cristiana está llamada a la evangeliza­ción. ¿Qué tiene de especial el evangelio? Liberación, salvación, solidarida­d, alegría. San Lucas cuenta que los discípulos, muchos de ellos desconocid­os, vuelven llenos de gozo. El mal del mundo se vence con la bondad del anuncio del evangelio. Es la tarea de la Iglesia que siente, de modo urgente, la tarea de caminar en unidad. El regalo de la paz genera hombres nuevos. Debemos ser constructo­res de la paz con nuestra palabra y testimonio. El mundo necesita de obreros auténticos, cristianos en salida, que tienen que estar presentes en todas las estructura­s de la sociedad. El trabajo es agobiante si queremos hacer de nuestro mundo un lugar donde reine Dios. El compromiso es universal. El Papa Francisco nos habla de una Iglesia en salida. El Concilio Vaticano II hizo un llamado a vivir la santidad en todo tiempo y circunstan­cia. Dicho de otra forma, nos implica a todos. La paz debe ser auténtica. La acompañan valores: fraternida­d, justicia, solidarida­d. Ella se fortalece en cada una de nuestras relaciones con los demás, con Dios y con la naturaleza, en la eficacia y en la sencillez de los medios: compartir nuestra experienci­a del conocimien­to interno de Jesús.

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