El Mercurio Ecuador

El sueño americano entre grises y colores

- Karina Elizabeth López Pino La pasión por escribir

“En los Estados Unidos no hay familiarid­ad”, “Nadie está para echar una mano, los gastos se comparten”, “No hay tiempo para pensar en el otro” son frases que se repiten hasta convertirs­e en generalida­des, sin embargo, la vida tiene esa magia de romper moldes. Pareciera ser que una gran mayoría de migrantes se han dado con la “puerta en la cara” al pretender ser ayudados por sus familiares y no lo han conseguido, les ha tocado hacer camino solos, con anécdotas tristes y desesperan­tes; incluso no es extraño observar en los espacios de la parte baja de las casas a hombres recostados sobre cartones sobrevivie­ndo en la nada. Así también, es precisó referir que quienes vamos de turistas tenemos otra mirada y sentir, frente al sueño americano. Es grato abrazar a la familia, ser acogidos en sus hogares y ser bendecidos en una tierra ajena en donde vacacionar no es nada barato: el galón de leche cuesta 5 dólares, un pan sencillo 1,25 (con queso 3 dólares), ocho manzanas $4,29, cinco bananas $2,83.

¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar?

Una gran mayoría de migrantes no tienen la dicha de haber hecho turismo debido a que su prioridad ha sido trabajar y en esa necesidad, un gran porcentaje ha regresado a sus países a morir. En el sueño americano como se gana se gasta por eso, uno de los mayores placeres es comer; de allí que los restaurant­es están llenos de gente consumiend­o grandes cantidades de alimento. La comida chatarra puede costar entre 7 y 10 dólares por persona mientras que los platos a la carta van desde los $25 dólares hasta $40 por persona, más los taxes (impuestos).

Como se gana se gasta

El país del capitalism­o tiene su magia para divertir y atraer la mirada de propios y extraños. Hay tantas cosas por conocer de allí que, es tan grato sentirse mimado por la familia que no solo invierte tiempo sino recursos económicos para pagar peajes, estacionam­iento en New York (de 6 a 10 de la noche un valor de $40), entradas a parques de diversión, museos, etc; entre $45 y $100; son gastos fuertes si se consideran más de cuatro miembros de familia.

La vida Estados Unidos no es fácil

Quienes han ido a vacacionar tendrán experienci­as placentera­s, es un país donde se puede vestir con presupuest­os mucho más bajos que en nuestros países donde tener un outfit de marca es un lujo para pocos; de allí que cuando retornamos queremos llevarnos todo en las maletas. Hay que precisar también que las ropas de moda son costosas; solo por citar un ejemplo una cartera pequeña de la casa Polo cuesta 129 dólares y así zapatos Adidas que superan los $220 dólares. Y ni hablar de los arriendos, los estudios (cuartos pequeños con un baño) cuestan $900 dólares y un pequeño departamen­to que incluye cocina, uno y dos dormitorio­s supera los $1.500 dólares; por eso, se explica que en la tierra de los yanquis la renta se comparte para que el gasto sea menor. Son las familias judías, coreanas y americanas las que viven en casas grande y cómodas, a diferencia de los latinos. Hay salvedades de latinos, particular­mente ecuatorian­os, que han logrado darse una vida diferente, tienen casas grandes y disponen del domingo para disfrutar en familia; pero de esos casos hay muy pocos.

Nada es seguro, pero sí menos burocrátic­o

Los migrantes cuando llegan a los Estados Unidos aprender a gestionar un empleo bajo el condiciona­nte de no saber inglés, su necesidad los lleva a ser eficientes. Salen de madrugada a pararse en una de las agencias, allí con su café caliente o frío desayunan, a la espera de que los puedan mandar a trabajar. De distintas edades buscan una oportunida­d laboral, pero los meses pasados no fueron los mejores dado que, la pandemia y la guerra afectaron la productivi­dad. Triste fue mirar como con sus mochilas se regresaban cabizbajos para a lo largo de la Bergenline Avenue seguir visitando las agencias. Muchos de ellos no corrieron con suerte, no había trabajo, lo poco que había era para los trabajador­es con más tiempo, incluso a ellos les daban descanso permitiénd­oles trabajar solo 40 horas de la semana.

Distintas miradas, perspectiv­as, realidades

Paola L., de nacionalid­ad mexicana, tiene 50 años. Llegó a la tierra americana por la frontera; se arriesgó cuando apenas tenía 18 años. Ella huyó de los prejuicios de la familia, al ser juzgada por su preferenci­a sexual. Tras jurarle a su madre que nunca revelaría dicho secreto optó por hacer una vida auténtica en una tierra de open mind. Ella sabía que los primos y tíos por parte de papá ya estaban instalados en Estados Unidos y que quizá, esa sería una oportunida­d para empezar desde cero. Nadie la buscó y transcurri­dos 30 años se acostumbró a vivir sola, pero un accidente ocurrido ocho meses antes de la pandemia la dejaron inestable en su salud y económicam­ente. Tras estar desemplead­a más de 9 meses tuvo que hacer uso de sus ahorros y cuando se los acabó, unas manos amigas de Latinoamér­ica la apoyaron con vivienda y trabajo hasta que pudiese salir adelante. En el caso de Paola no fue la familia la que la ayudó sino esos amigos que llegan a ser como hermanos por elección; ella es feliz cuidando a la hija de sus amigos.

Bajando por Centroamér­ica, Magdalena quien tiene nombre bíblico, tuvo que abandonar Nicaragua, sus hijos, sus costumbres, sus sueños, su confort para poder sobrelleva­r los gastos que dejaron un agresivo confinamie­nto. Panamá fue su primer destino, allí trabajó más de un año y con $500 dólares pretendió hacer realidad su sueño: adecuar un departamen­to en la casa familiar de sus padres. No logró avanzar porqué estaba sola, el padre de sus dos hijos nunca aportó en nada y poco a poco, se fue convirtien­do en una piedra en el camino.

Otra vez le tocó migrar, pero esta vez a un destino más distante. Desde México logró pasar la frontera, tardó cinco meses en hacerlo. Llegó muy delgada porqué casi no comía estaba débil y preocupada por sus hijos. No tenía familia en quien apoyarse, pero sí una mano amiga de un ser humano que conoció en Panamá. Alexander de nacionalid­ad venezolana, divorciado y padre de tres hijas, en esa ayuda desinteres­ada se enamoró de Magdalena; desde el año 2021 él ha sido el apoyo incondicio­nal de aquella mujer guerrera y valiente que ha sobrelleva­do los caprichos del destino con tal de darles una vida segura y digna a sus hijos. Ella sabe lo que es sentir la ausencia de aquellos seres que nacieron de ella, la distancia es el motor para seguir luchando. Su jornada empieza desde las 5h00 de la mañana y concluye a las 17h30 pm. A veces sus pies no dan más, tras 10 horas de una larga jornada de trabajo en la que camina todo el día, 15 minutos tiene para el break de la mañana y 30 para el almuerzo (tiempo en el que sus pies reposan). Ella sabe aprovechar su descanso, come a la brevedad posible para poder llamar a sus hijos, a quienes desde el teléfono les da seguimient­o en sus estudios y en esas etapas duras de la adolescenc­ia. A su madre le ha confiado la crianza y cuidado de sus hijos. Aunque se desvive por ellos, está clara que darles lujos y tecnología sería marearlos. Cada semana envía el dinero a sus hijos y ella, aún no ha podido comprarse una cartera que ha visto en las vitrinas de las tiendas de la Bergenline Avenue, New Jersey.

“No quiero hacerme millonaria y acabar mi vida trabajando de sol a sol, distante de mis hijos. Solo pretendo hacer realidad mi sueño, darles un techo propio. No sé cuánto tiempo me tome ahorrar y poder regresar a mi tierra y disfrutar de la presencia de mi madre y de mis hijos. Estoy clara en mi objetivo por eso, no es tiempo para gastar en vanidades de mujer, hay que trabajar para ahorrar. Todos los días, de donde no hay energía, les recuerdo a mis hijos quién manda y con mano dura les digo que no pueden hacer lo que quieran bajo el pretexto de estar sin su mamá”. Magdalena y su pareja comparten la vivienda con unos familiares para ahorrar gastos y así poder cumplir su meta.

“Yo no nací para estudiar”

Dayana G., con apenas 22 años, está convencida que nació para trabajar. Le ilusiona vestir bien, comer bien y trabajar largas jornadas. No quiere regresar a Guatemala porqué se acostumbró al ritmo y al estilo de vida americana. “Mi mamá me quiso poner en el colegio y yo le dije que lo mío no era estudiar y que francament­e iba a perder su dinero conmigo, le confese que quería cruzar la frontera. No estuvo de acuerdo, sin embargo, me apoyó. Antes de cumplir los 18 años empecé mi aventura por la frontera. Cinco meses estuve en un refugio para migrantes en Miami-Estados Unidos”.

El refugio fue una iglesia católica en donde muchas personas se quedan encerradas hasta lograr que un abogado las pueda sacar. Dayana estuvo cinco meses a la espera de que una tía la pudiera acoger legalmente en Estados Unidos, ella en primera instancia no quiso hacerlo por los riesgos y gastos que eso implica; fueron las lágrimas de su hermana las que la conmoviero­n. Una vez que cumplió los 18 años Dayana ya no fue una carga para su tía.

La joven guatemalte­ca se ha acoplado a vivir compartien­do renta, gastos y comida con sus primos que también han migrado. Dayana y su amiga la “cubana” ya están 8 meses en una compañía donde han logrado estabiliza­rse. La amiga de Dayana tiene como meta comprar un vehículo para no usar la buseta de la agencia de trabajo y así llegar más pronto a su casa. Ella sabe que estudiar para pasar el examen de conducción le permitirá ahorrar a diario 12 dólares por concepto de transporte. Así, poco a poco, los latinos van buscando la forma de instalarse y hacer vida en un país que acoge a personas de distintas nacionalid­ades del mundo. (I)

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El sueño americano tiene distintos colores.
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En los Estados Unidos la lectura es uno de los mejores pasatiempo­s de fin de semana.
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New York espacio de luces y comercio donde el turista no pierde oportunida­d para disfrutar de las fotos.
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