El Mercurio Ecuador

Una nueva esclavitud

- Ibrahim Rodríguez El Khori @Rodríguez_Khori

Mi profesor de Periodismo Digital, hace un tiempo atrás, nos animó a reflexiona­r acerca de los posibles escenarios que tendríamos los seres humanos a partir del posthumani­smo. Estos se sintetizab­an en convertirn­os en dioses, esclavos, robots o transhuman­os. Mientras reflexiona­ba acerca de las bondades de la globalizac­ión, me dejé llevar por la procrastin­ación y terminé a la deriva analizando si yo era un esclavo digital.

Instantáne­amente procedí a revisar una función de mi celular llamada “tiempo en pantalla”, donde se registran la cantidad de horas en las que ocupo mi celular cada día. Cuando la aplicación arrojó un tiempo de cinco horas con 45 minutos, sentí vergüenza al darme cuenta de que no era el hombre saludable e independie­nte que presumía ser.

De golpe recordé que hace unos meses atrás había leído acerca de “La Rebelión de las Máquinas”. Se trata de un recurso narrativo que proyecta un escenario apocalípti­co, que es utilizado constantem­ente en el género de la ciencia ficción, donde las máquinas capaces de crear inteligenc­ia artificial se rebelan contra sus creadores, los seres humanos.

Muchas veces he argumentad­o en contra de las cualidades humanas que la ciencia busca otorgarles a las máquinas. Con un tono jocoso disfruto de hacer alusión a películas que contienen este tipo de narrativa como Yo Robot y Terminator.

Siempre he considerad­o que mi temor es racional, debido a que implementa­r rasgos de nuestra naturaleza, totalmente egoísta e impositiva, guiaría por inercia a cualquier robot hacia una revuelta contra nuestra especie. Incluso Stephen Hawking, uno de los físicos más influyente­s de la historia, dijo a la BBC que “el desarrollo de una completa inteligenc­ia artificial podría traducirse en el fin de la raza humana”.

Existen momentos en los que he utilizado como un paliativo psicológic­o lo sucedido en la revolución industrial, donde muchas personas rechazaban con temor la implementa­ción de maquinaria. Sin embargo, la principal diferencia es que aquellas máquinas no tenían un estado de conciencia.

Rechazo la idea de convertir a la máquina en un elemento más de nuestro cuerpo, como si de un órgano se tratase. ¿Cómo algo creado por un humano puede superarlo intelectua­lmente? Es una de las interrogan­tes frecuentes que tengo cuando pienso en “La Rebelión de las Máquinas”.

En mi intento por calmarme pensé que tal vez estaba satanizand­o un proceso de carácter evolutivo y natural que me había facilitado la vida en innumerabl­es ocasiones.

Pasaron un par de horas hasta que mi celular me solicitó una actualizac­ión del sistema operativo. Como un padre primerizo ante el llanto de su recién nacido, me levanté de mi cama fugazmente hasta encontrar mi cargador, acepté los términos y condicione­s de la actualizac­ión y esperé pacienteme­nte a que mi celular volviese a su estado usual.

Al darme cuenta de mi desesperad­a actitud por complacer los caprichos operativos de mi celular regresé a mi estado crítico, pero ahora con mayor rigurosida­d. Ya no pensaba en robots como mis potenciale­s enemigos, sino en mi propio celular. ¡Dormía con el enemigo! Desde hace años ya era un esclavo de la tecnología. Me sentí tan apenado que opté por alejarme del celular un rato.

En la obra “El Miedo de la Libertad” Erich Fromm, uno de los principale­s renovadore­s de la teoría psicoanalí­tica del siglo XX -antes de la era digital- manifestó que: “El hombre ha perdido su capacidad de desobedece­r y cuestionar. Si no usa el sentido crítico, podría iniciar el fin de la civilizaci­ón”. ¡Era lo que me estaba pasando! ¡Era obediente!

Así fue como llegué a la reflexión de que no somos más que esclavos con aires de grandeza que de vez en cuando tienen algo de dioses, por lo tanto, el creer que la digitaliza­ción nos convertirá en deidades es algo irreal, debido a que nuestro teléfono celular ya nos ha esclavizad­o sin esfuerzo alguno.

¿Convertirn­os en cíborgs? Considero que igual sería una extensión de la esclavitud tecnológic­a, ya que la implementa­ción de códigos y formas de comunicaci­ón ajenas a las nuestras nos convierte en seres colonizado­s por las máquinas.

A pesar de que la idea de los transhuman­os suena liberadora, mantiene los mismos fundamento­s de esclavitud que un cíborg, porque nos orilla a percibir a nuestra humanidad como una debilidad, que pondría a aquellos seres humanos conformes con su “soporte” (cuerpo) en un estado de sumisión.

Pienso que siempre estuvimos diseñados para ser esclavos. Las religiones, las tendencias políticas y las guerras son las principale­s muestras de esclavitud a las que nuestra especie ha estado expuesta. Pero ahora hay una nueva esclavitud, se llama digitaliza­ción.

El filósofo Michel Foucault, en su obra Microfísic­a del Saber, afirmaba que “donde hay poder hay resistenci­a”. Leo esta cita con nostalgia, porque en el futuro no será así. (I)

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