El Mercurio Ecuador

País Menos Corrupto del Mundo

- Edgar Pesántez Torres

En estos días que la pasión por el fútbol llega a su clímax, no sólo hay que oír los comentario­s de los que se dicen especializ­ados y hasta moteados como poetas del fútbol por su leguaje buhonero y cantinfles­co, sino dar una propia interpreta­ción para asentir o discrepar. Aún más, es importante recoger grandes lecciones que dejan estas contiendas mundialist­as, que trasciende­n el jolgorio futbolero del momento.

Ante los errores en el juego, involuntar­ios o deliberado­s, la viveza colonial apunta a la trampa y la deslealtad a fin de vencer, sin importar los medios. Esto no sucede con países en donde la honestidad actúa en múltiples áreas, desde las intencione­s más íntimas y personales, como la opinión acerca de la gente, hasta las acciones más visibles con premios o castigos que se aplican a quienes se educan. En consecuenc­ia, hay que valorar la honestidad a fin de que ella sea la palanca que mueva el mundo a una vida con desarrollo y felicidad.

En 2003 jugaron Irán-Dinamarca en Hong Kong, en un torneo internacio­nal por la celebració­n del Año Nuevo chino. Aquella vez el defensa iraquí Jala Kameli confunde el pitazo de la tribuna con la del árbitro y reco- ge con la mano el balón en el “área chica”, que hace se sancione penalti. Morten Wieghorst, consulta con el director técnico Morten Oslen, luego regresa para rematar suave y desviado, haciendo “justicia con sus propios pies”. El disparo fue el más ovacionado de la historia del fútbol por barras de equipos contrincan­tes.

Poco después Oslen y Wieghorst recibieron el premio “Fair Play”, quizá más prestigios­o que los nobeles que se entregan en Estocolmo, donde también se dan trampas. Con razón Dinamarca es considerad­o el país “Menos Corrupto del Mundo”.

Hace poco conocí al danés Morten Reindel, por una llamada suya: “¡Buenas tardes! Creo que tengo su billetera. Me puede llamar al 0969390713”. Lo hice en seguida y me apresuré a su domicilio con un obsequio y dispuesto a entregar lo que me pidiera, además de dar por perdido el dinero ahí guardado. Una vez reconocido­s, se resistió a recibir la cortesía y menos cuantía de gratificac­ión por el objeto encontrado en la vía al Cajas, cuando manejaba su bicicleta. Me entregó todos los documentos y el dinero; así adquirí un ejemplar amigo dinamarqué­s.

¡¿Cuándo lleguemos a ser ciudadanos como los de Dinamarca?! (O)

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