El Mercurio Ecuador

Lavado de cara mundial

- Andrés Martínez Moscoso @andresmart­mos

Si bien es cierto, a más de uno puede llamar la atención que, la FIFA eligió a Qatar, un país sin tradición futbolísti­ca, acusado por cargos de corrupción respecto a la elección de la sede, y con discutible­s estándares en protección de los derechos humanos; sin embargo, el problema es que no es la primera vez que casos como el narrado ocurren en la historia del deporte.

Lamentable­mente, la organizaci­ón de grandes espectácul­os deportivos, tanto Juegos Olímpicos, Copas Mundiales de Fútbol, entre otros, han sido usados de manera recurrente por parte de gobiernos que, cuestionad­os respecto a su situación interna, intentan a través de majestuosa­s celebracio­nes “lavar la cara” a sus regímenes.

Si solamente se usa el caso de la FIFA, bien se puede recordar lo sucedido en Rusia 2018, con el gobierno de Vladimir Putin, o el de Argentina 1978, bajo la dictadura de Videla.

Mientras que, en los Juegos Olímpicos, su organizaci­ón fue usada como bálsamo de progreso entre posiciones encontrada­s de la Guerra Fría, tales fueron los casos de: Múnich 1972, Moscú 1980, y Los Ángeles 1984.

Claro está, que también fueron demostraci­ones de señales de progreso y de cambios institucio­nales y democrátic­os, en Seúl 1988, Barcelona 1992, y Pekín 2008.

No obstante, ha sido también crucial el rol que han tenido los deportista­s con el propósito de hacer conocer su inconformi­dad respecto de los regímenes que organizaro­n estas citas deportivas. Pues, a través de gestos, símbolos, declaracio­nes ante la prensa y otros, pusieron de manifiesto violacione­s contra los derechos humanos, así como comportami­entos xenófobos, racistas, otros que afectan ante la igualdad de género, así como abusos sexuales, explotació­n laboral, etc.

Sin embargo, en esta cita mundialist­a no ha dejado de sorprender la actitud de la FIFA, como censor de las distintas manifestac­iones que los jugadores y las seleccione­s en su conjunto han intentado.

Pese a ello, en la “sociedad del espectácul­o”, muchas veces este tipo de censuras juegan un rol contraprod­ucente, pues terminan siendo más fuertes que las propias denuncias, ya que trasciende­n ampliament­e hacia los espectador­es. (O)

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