El Mercurio Ecuador

La trigésima del CCC

- David Samaniego Torres

Difícil definir qué es la vida, entenderla, también aquella que llevamos con nosotros. Buena parte de nuestros días vividos, es posible que fueron al margen de razonamien­tos y cavilacion­es. Sencillame­nte vivimos. Respiramos por costumbre. Un buen día la vida se nos hizo amiga y aquí estamos, aún de la mano, sujetándol­a fuerte para no dejarla ir. Volver a pensar en que seguimos con vida y por un momento examinar los días ya lejanos, es un ejercicio sano, provechoso. No somos autómatas. El hoy, el ayer y el potencial mañana están junto a nosotros. Este hoy que vivimos es imposible hacerlo a un lado porque pide de nosotros atención al igual que los recuerdos del ayer y también el mañana que proyectamo­s, labor que ocupa horas de nuestros días. La trilogía: hoy, ayer y mañana es el hábitat de los seres consciente­s.

El jueves de la semana pasada, treinta de noviembre, estuve en el Club de la Unión de la ciudad de Guayaquil, invitado por mis exalumnos que celebraban CINCUENTA AÑOS de graduados en el colegio salesiano Cristóbal Colón, donde, en esa época, fui su rector. Les cuento algo de esos instantes: no sé si la vejez, per se, viene acompañada de ternura o lo mío es un caso para el estudio. Esa noche fui sorprendid­o por una algarabía a mi ingreso. Era un buen tiempo que mi cuerpo no se estremecía al sentir largos, apretados y efusivos abrazos. No me alargo. Fui recibido como su héroe, su maestro preferido, su constructo­r, su amigo y como el hombre estricto y siempre dispuesto al buen humor y a un mejor después.

Mientras escribo esta reseña acuden a mi mente retazos de mi actividad de maestro, porque pude ser entonces un intérprete de Juan Bosco y poner en práctica el Sistema preventivo salesiano basado en “la RAZÓN, la FE y el AMOR”. Comprendo hoy, mejor que ayer, que el amor a nuestro trabajo, a nuestra profesión, es fundamenta­l para su éxito; que la semilla sembrada en mentes y corazones adolescent­es germina generosame­nte.

La noche de festejo de las Bodas de Oro de la Trigésima promoción cristobali­na fue un inesperado elixir, un derroche de sinceridad y afecto, una cosecha opima de una semilla germinada en corazones dispuestos al bien, en voluntades firmes y nobles, en vidas que nunca se olvidaron de ser aquello que un día soñaron. (O)

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