El Mercurio Ecuador

“Juantodona­da” y la Navidad

- Jorge L. Durán F.

Juantodona­da”, un buen amigo, vive en una urbanizaci­ón. Puede ser de aquí, de más hacia el sur o al norte.

Él habita allí, donde, los que pueden al menos, se encierran en esos guetos modernos con cámaras de seguridad hasta en los palomares, organizado­s – dicen- en grupos de WhatsApp, si bien en los chats se digan de todo, desde la queja porque el vecino saca a su perro a pasear por los espacios verdes y no recoge el popó, hasta porque mete bulla a cualquier hora.

“Juantodona­da” me confiesa que, en estos días, casi todas las casas de ese gueto están alumbradas, algunas hasta en los garajes.

-Eres exagerado.

-¡Hombre!

-¿Y no que debemos ahorrar la luz eléctrica, porque San Pedro ha perdido la llave; ni siquiera en aquel pueblo donde vive el Señor de las Aguas, llueve?

-Eso no cuenta, porque dicen que Navidad es Navidad.

-¿Acaso no has visto –dice- que se alumbran iglesias, parques, ríos, ni qué decir los árboles de Navidad, los edificios; en fin, toda esa masa urbana y, creería yo, cometedor de pecados veniales y mortales, que hasta se compite por quién alumbra más y bonito, y comerá el mejor pavo?

Continúa diciendo, que esas luces de colores brillan, titilan semejando a los animalitos de Belén y hasta la silueta del Niño Jesús, aunque cuando él nació solo había luz de luna.

Piensa que en su gueto, como en los demás, como en los otros barrios, de aquí o de allá, brillan y titilan esas luces al mismo tiempo que se oscurecen los corazones humanos, se achican las almas; o si esto no ocurre y la gente de súbito o por la ocasión se vuelve mansita, buenita, pronto retornará a lo mismo porque, como todo en la vida, todo viene y pasa; ni pensar en el “componte”, en el cambio, pero un cambio de verdad, que supone tantas cosas, renunciami­entos, si hay como, hasta despelleja­rse para que desangren los rencores, las maledicenc­ias, los desamores, y tanta basura envuelta en la “condición humana”.

-Te has vuelto reflexivo “Juantodona­da”

Pero, mira, en mi gueto como tú lo llamas, no nos saludamos ni entre vecinos, o con muy pocos; ni siquiera sabemos sus nombres; si alguien compra un carro nuevo baja la ventanilla sólo para ser visto; abundan los “soplados”, pensar que si sus hijos vayan a saludarte es como creer que una hormiga se suicida tirándose del décimo piso de un rascacielo­s.

“Juantodona­da” respira profundo. Dice que en esta Navidad, como en las anteriores y las que vendrán, no por apático ni incrédulo, hará brillar y titilar la luz de su corazón junto a la de los miembros de su familia y amigos; y se trata –dice- de esa luz que sale desde dentro, desde muy dentro. (O)

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