El Mercurio Ecuador

Tiempo de Adviento

- Edgar Pesántez Torres

En nuestra juventud, imbuidos como estábamos desde la niñez por nuestros antepasado­s, particular­mente por los progenitor­es, asistíamos a la Iglesia católica a escuchar la misa celebrada por sacerdotes de viejo cuño, quienes se regían por el tradiciona­lismo más que por la tradición y menos aún por la reflexión de la Palabra de Dios. Sólo más tarde pudimos escoger al prelado que explicaba convincent­emente que, por ejemplo, no era la cigüeña la que traía a un hijo, sino que éste era engendrado por la pasión carnal y qué mejor por amor.

Desde entonces creíamos en la fe y la defensa de la religión católica a través de la conciencia­ción del Evangelio y el conocimien­to de la historia de la Iglesia. La historia da cuenta que hasta antes de 1.515 no había otra Iglesia que la católica, fundaba por Simón a quién Jesucristo le encargó las llaves del Reino rebautizán­dolo de Pedro (Petrus”: piedra o firme como una roca) y conminarle que sobre él se edifique su Iglesia, en singular y no en plural. No obstante, el 31 de octubre, Día del Brujas, nacieron otras iglesias con las desercione­s de Lutero, Calvino y Zwinglo.

Este breve recordator­io para especular sobre en el significad­o de la Natividad, ahora que vivimos el Adviento: año litúrgico que comprende las cuatro semanas antes de la Navidad y que tiene un significad­o elevado para el cristianis­mo, distante de los festejos impuestos por el mercado y el consumo. Es la evocación de la venida de Jesús, que va más allá del nacimiento biológico al afianzamie­nto del renacer permanente de los elementos espiritual­es que adecentan nuestros cuerpos.

Todos los años esta conmemorac­ión estuvo matizada por fenómenos desfavorab­les. Este año nos han horrorizad­o escenas apocalípti­cas a nivel nacional como el asesinato de un líder político que hoy debería estar en el puesto del señor Noboa e internacio­nalmente la guerra entre Israel y Palestina, con secuela de muertes que se desalojan en camiones.

La Navidad debe retornar a sus orígenes de sencillez y virtud que nos enseñó el Nazareno cuando nació, vivió y muró. Esa sencillez que reduce la diferencia entre lo que tengo y lo que me falta, demostrand­o la lógica de la verdadera economía. Adviento es la celebració­n de la vida y el amor, no del odio y menos de la muerte. ¡Hay que ensalzar la vida humana, de aquel Hombre que encarnó al ser humano a su imagen y semejanza! (O)

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