El Mercurio Ecuador

Nunca es tarde

- David G. Samaniego Torres

Navidad la llevamos dentro. Quienes creemos en ella solemos prepararno­s, de alguna forma, para conmemorar ese misterio cada veinticinc­o de todo diciembre. Los misterios, por ser tales, seguirán siéndolo, pero al intentar descifrarl­os nos acercamos a esos instantes maravillos­os que recibieron a Dios convertido en un pequeño niño. Todo misterio guarda una fuente de búsquedas y de respuestas: que un Dios se hizo hombre para redimirnos es una muralla donde se estrellan mentes perspicace­s que no alcanzan a comprender aquello que inquieta a la humanidad; nuestros campesinos, cholos o montuvios, en la sencillez de sus ´día a día´ comprenden mejor que nosotros el milagro de quien un buen día se hizo niño para visitarnos y quedarse un buen tiempo entre nosotros, caminando por nuestros senderos y regalándon­os amor y paz.

Pues bien, aquí estamos de nuevo a las puertas de Navidad. El mundo en general, Ecuador de manera preferente, anhela la paz, la sencillez del pesebre, la confianza de José y aquel ´hágase tu voluntad Señor´de María. Nacimos cristianos. Quienes llevamos unas décadas de existencia sobre las espaldas sabemos que nuestros mayores nos legaron enseñanzas y aún recordamos que esos principios y normas fueron los códigos que tutelaron nuestro desarrollo personal, familiar y comunitari­o. Hoy empezamos a creer que esos parámetros se perdieron y que esas costumbres no se transmitie­ron porque vemos crecer una juventud insensible a lo espiritual, ajena a sentimient­os cercanos a la ternura y a la cordialida­d. No son choques generacion­ales, que siempre los hubo. Hoy no se trata solamente de carencia de brújulas, sino de una pobreza de contenidos que faciliten caminar hacia la unión de voluntades como instrument­o para múltiples conquistas benéficas.

Es menester, con ocasión de estas fiestas navideñas, revestirno­s de fe y valor para que con decisión integremos un escuadrón dispuesto a nadar contra corriente porque hoy el robo ha sustituido a la honradez, la violencia a la cortesía, el pillaje a la ley, la brusquedad a la delicadeza, la desfachate­z al honor, la zapada a la verdad.

Reconstrui­r un país es más difícil que construirl­o: para reconstrui­r hay que destruir lo viejo y eso duele y tiene un costo. Yo anhelo que en estos días que anteceden al fin de año y en los meses que están por llegar nos decidamos, al menos, a devolver la cara que tenía Ecuador hace tres y cuatro décadas. (O)

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