Reforma laboral, el cuento de nunca acabar
El nuevo gobierno de Daniel Noboa está cerca de cumplir su primer mes y las condiciones en que debe navegar son adversas. No hay lugar para el largo plazo, pero tenemos a una nación que demanda la ejecución de políticas de Estado que cambien de forma decisiva las condiciones de vida de los ciudadanos. Es en ese marco se ubica una tarea que el país ha postergado por décadas: la reforma laboral.
Cambiar el código de trabajo implicaría cambiar una ley que se creó en 1938. Se trata de una necesidad que, hoy más que nunca, se nos muestra como urgente para dar un impulso verdaderamente profundo y estructural a la economía nacional.
Apenas 3,1 millones de ecuatorianos tienen un trabajo formal en el que laboran 8 horas diarias y ganan, como mínimo, el salario básico. El resto, poco más de cinco millones de personas que integran el resto de la PEA, trabaja en la informalidad e inestabilidad. Una eventual reforma laboral no se estructuraría en función de perjudicar a quienes ya tienen empleo formal, sino con la intención de incorporar en nuevas y mejores condiciones a todo este segmento poblacional que está en el empleo no adecuado.
Existen principios macro que no pueden ser marginados al pensar una reforma laboral, como el respeto a los derechos y prestaciones a favor de los trabajadores, tales como la afiliación al seguro social; pero también la flexibilidad como un beneficio para quienes deseen emplearse con diversos empleadores y laborar por horas, aprovechando las nuevas modalidades que ahora existen (remoto e híbrido). (O)