El Mercurio Ecuador

La voz del cielo

- Hernán Abad Rodas

Jesús vino a este mundo a pregonar un mensaje de paz, amor y justicia, a hacer del corazón del hombre un templo, de su alma un altar y de su espíritu un sacerdote.

Los católicos vivimos días de Navidad, donde el viento sopla y luego acalla, donde el mar tiene su flujo y reflujo; más, el corazón de la vida es un remanso sereno, iluminado por astros firmes y eternos, noches en que, buscando el descanso en el sueño, escuchamos la VOZ DEL CIELO que llama a los ángeles para hablarles de paz justicia y amor.

Es Navidad, el hombre despierta de su profundo sueño, las almas de los cristianos en alas de los recuerdos vuelan hacia el pesebre de Belén.

Se me ocurre creer que Jesús, con la fuerza de su serenidad maravillos­a, llegaba hasta los males más hondos que padecen todos los seres que viven bajo el sol, mitigando esos dolores, fortifican­do y ayudando, no sólo con su sabiduría, sino señalando el camino de su propia fuerza para levantarse y despojarse de sus males y angustias.

Despreció Jesús, a todos los hipócritas y los recriminó duramente. Dicen que su boca era como el corazón de una granada, las sombras de sus ojos eran muy profundas, pero Él, era dulce y tierno como el hombre que está seguro de sus fuerzas.

Su ira contra los hipócritas y los corruptos, caía como rayo fulminante, los que le conocieron decían que Él era como el trueno frente a la injusticia, cuyo estampido hacía temblar los corazones.

Jesús continúa viniendo al mundo, recorre sus países, especialme­nte aquellos en los que el hambre, la injusticia, la miseria, la demagogia y las guerras tienen su estancia, pero sigue siendo extraño entre los hombres, a pesar de que el eco de su voz no se ha apagado.

Jesús de Galilea vive en cada una de nuestras almas, es el hombre que se elevó sobre todos los hombres, es el espíritu que llama a las puertas de nuestro espíritu.

Jesús habló con el sol y la luna que nos dan la luz, habló con la montaña nuestra hermana mayor, cuya cima es una promesa y una esperanza; la melodía de su voz resonaba como el agua sobre la tierra seca.

Noche de Navidad, de niño temía tu rostro, hoy a mi edad te has trasformad­o en melodía suave como el murmullo de las flores, y mis temores han cedido el paso a una seguridad dulce como la confianza de las aves, enseñaste a mi corazón a amar lo que los hombres odian, y a odiar lo que ellos aman.

Es navidad, en mi alma siento que hay estrellas luminosas que la pasión esparce al anochecer, y en mi corazón hay una luna que ilumina la procesión de mis sueños. (O)

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